Tempus fugit

Cuando me senté a escribir este post no tenía ni idea de por donde empezar. No recordaba que es lo que me impulsó a desarrollar esta idea, a pesar de que es uno de los cuadros más personales que he hecho hasta la fecha. Quizás esta obra sea la consecuencia de una sensación. Una primera sensación seguida, probablemente, de varias más.

«Tempus fugit» Óleo sobre lienzo, 2023 (50 x 126 cm)

El primer instante al que me refiero ocurrió en una de mis salidas al monte.  Me encanta explorar los diferentes parajes y bosques que voy encontrando y en uno de estos paseos  me tropecé con una vía de tren abandonada. Me fascinó observar esos raíles tan cerca así que subí sobre los travesaños y comencé a recorrerla lentamente. Se extendía por una explanada que atravesaba varios prados, cruzaba un rio y discurría entre pequeñas masas de árboles. Según iba caminando llegó  un momento en el que perdí la noción del tiempo. Tuve la sensación de que la vía  no se acabaría nunca, podría seguir caminando y caminando porque no había un final. Por supuesto sabía que inevitablemente la vía terminaría pero esa sensación tan engañosa me hizo comparar ese camino con la propia existencia humana. Al igual que la vía del tren, nuestra vida tiene un comienzo y un final aunque no seamos capaces de recordar su inicio ni ver su desenlace. Somos conscientes  que nuestra vida se acabará y a pesar de ello vivimos con la sensación de que somos imperecederos  y actuamos erróneamente en consecuencia.  Por ese motivo muchas veces dejamos transcurrir los días, los meses y los años, sin prestar atención al paisaje que nos rodea, perdiéndonos muchas cosas que, en nuestra ilusión de ser eternos, morimos sin haber vivido, o malgastamos nuestro valioso tiempo en actividades que no nos hacen ni felices ni nos aportan  nada valioso, ni a nosotros ni a las personas que comparten nuestro  camino.

Y por ese motivo es tan importante en la obra la presencia de la vía de tren, que simboliza la línea del tiempo, entrelazando el pasado, el presente y el futuro.

Otro elemento que he utilizado para describir el transcurso del tiempo es el reloj de arena. Siempre me han encantado esos los relojes. Me parecen una forma preciosa y sencilla de medir el tiempo, así que los he empleado de diferente forma según el momento que señala cada uno. El reloj del pasado concentra toda la arena en la parte inferior, puesto que su tiempo ha concluido. En el presente la arena está discurriendo en este mismo instante. Y del futuro nada se sabe, ni siquiera si existirá, por ello el reloj de este cuadro es diferente en forma y también en la “arena”, la cual está indefinida, dispersa en la parte superior del reloj.

Reloj que representa el Pasado.
Reloj que representa el Presente.
Reloj que representa el Futuro.

He utilizado para esta obra el formato de tríptico, algo que no había hecho anteriormente pero que resulta muy adecuado para desarrollar esta idea. La intención es que cada una de las partes tenga una identidad propia y pueda verse y entenderse de forma individual, aunque cobre su sentido completo al verse en conjunto.

«Ille fuit«

El transcurso del tiempo diluye los recuerdos. La imágenes que nuestra memoria  nos muestra son difusas, como si estuviésemos evocando un sueño.  En otras ocasiones los recuerdos son tan nítidos que parece que los estamos sintiendo en el presente.  Esa ambigüedad también he querido representarla en esta obra, existiendo un importante contraste entre la nitidez de la vía y la figura, con el fondo muy difuminado. La ausencia de color nos indica un tiempo que ya no existe.

«Ille fuit» Óleo sobre lienzo, 2023 ( 50 x 26 cm)

Para pintar el pasado utilicé una antigua fotografía en blanco y negro de cuando yo era niña. Curiosamente recuerdo el instante en el que mis padres la tomaron ya que yo estaba absorta caminando por un prado observando las flores silvestres y me sobresalté cuando ellos me dijeron que estuviese quieta para sacar la foto. La verdad es que ni me hubiese enterado de que tomaban la fotografía. Precisamente por los pocos recuerdos que conservo de mi infancia, tengo mucho cariño a esa imagen y por eso me apeteció mucho emplearla como base para este cuadro.

«Ille est»

Nuestra vida es aquí y ahora, es lo más importante porque es lo real, lo que experimentamos en el momento actual. El cuadro del presente quiere representar la Vida y lo hace a través del color, del movimiento, de las montañas y la vegetación,  de la acción, pero también de la conciencia.  Ella nos mira con intensidad, con alerta, su mirada nos advierte que el tiempo se escapa entre los dedos y que hay que aprovecharlo, hay que vivirlo. Esa idea es tan importante que he querido recalcarla colocando un segundo reloj de arena en el fondo

El libro abierto nos indica  que está escribiendo su historia en ese instante.

«Ille est» Óleo sobre lienzo, 2023 (55 x 50 cm)

«Ille erit»

Aunque técnicamente es la parte más sencilla del tríptico, fue la que más me costó pintar. No tenía muy claro como representar el futuro, lo que si tenía muy claro es que quería transmitir una sensación de indeterminación, incertidumbre e irrealidad. El futuro es un misterio y nada sabemos de él, por ese motivo he querido que la figura esté simplemente esbozada, sin color, sin realizar ningún movimiento salvo abrazar el libro que representa su historia.

«Ille erit» Óleo sobre lienzo, 2023 (50 x 26 cm)

Pedí a varias personas cercanas a mi su opinión respecto al tríptico y me sorprendió, sobre todo, las sensaciones tan dispares que provocaban el cuadro del futuro. Sus impresiones oscilaban entre la sensación de calma, serenidad y paz que sentían algunas personas y el desasosiego y angustia que transmitía a otras. Esta contradicción de opiniones me encanta puesto que refuerza la intención con la que pinté este cuadro: la idea de que el futuro es sinónimo de incertidumbre.

En esta obra no hay ni una pincelada casual, todo tiene su significado y su razón de ser. Aquí he compartido los rasgos más importantes de lo que he querido transmitir con ella, aunque no he contado todo ya que creo que es mucho más interesante que cada uno lo haga suyo y lo interprete según sus vivencias.

El ser conscientes de nosotros mismos y del inevitable final de nuestra existencia es una preocupación del ser humano desde que descubrió su propia consciencia. Una inquietud compartida por todos los miembros de nuestra especie que tan bien se resume la locución latina «Tempus fugit», que resume mejor que nada la idea que he necesitado plasmar en un escurridizo lienzo en blanco.

Autorreflejo

«En ocasiones sentimos que  nuestra vida no es la que hubiésemos querido. Los sueños y las ilusiones se disipan a lo largo del tiempo ahogados por la rutina.  A veces, siento que soy un reflejo de la persona que podía haber sido.
Pero ya no. No quiero seguir siendo un reflejo, quiero recuperar las cosas que me fascinaban y que olvidé, aquellas que me hacen sentir viva.
Y para conseguirlo lo primero es romper ese reflejo».

«Autorreflejo», óleo sobre lienzo, 2022 (120 x 100 cm).

Siempre me han fascinado los reflejos, no las imágenes que nos devuelve un espejo, sino la que nos devuelve un cristal. Sobre él, la figura se desdibuja, se distorsiona, se divide por efecto del propio cristal. Esa distorsión se potencia al mezclarse el reflejo con aquello que está al otro lado.

Caminando por la ciudad mi imagen me asalta en cada cristal y me llama la atención sus guiños que van más allá de mi propio aspecto. Son flashes a los que no les presto mucha atención ya que siempre caminamos hacia algún sitio, ocupados en mil cosas.

Pero cuando salgo de la ciudad, el tiempo se ralentiza. Visitando otros lugares camino sin prisa y cuando mis pasos se cruzan con un cristal, sí que me detengo en esa imagen distorsionada de mí misma. Me sitúo delante de ella y la observo con la impresión de estar viendo a otra persona, alguien que me recuerda vagamente a quien soy. Esa sensación me llama mucho la atención y me parece una metáfora muy adecuada para lo que yo quería representar. A veces es muy complejo describir un sentimiento con palabras, por ello los pintores nos valemos de las imágenes que creamos para expresarnos.

Mi cámara de fotos suele acompañarme en mis excursiones y me encanta detenerme a fotografiar esos reflejos, sobre todo me gustan aquellos en los que la luz del sol me ilumina directamente mientras que el cristal está en sombra. Bajo esa circunstancia los contrastes aumentan y la luz se difumina potenciando ese efecto de distorsión. Una de estas fotografías fue la que utilicé para crear esta obra. La escogí porque tenía elementos que me ayudaban a describir la idea, elementos como la postura, algo forzada al sostener la cámara o las gafas de sol que ocultan la parte más expresiva de un rostro.

Fotografía original.

En principio la idea era pintar sólo ese reflejo pero, cuando lo acabé empecé a reflexionar sobre él. Delante de mi propio cuadro me di cuenta que ese reflejo representaba a una persona que yo ya no quería seguir siendo. Ya no sería un reflejo nunca más, así que lo mejor era romperlo.

«Autorreflejo» antes de «romper» el cristal.

Y fue una gran idea ya que cambió totalmente la concepción del cuadro. De hecho, fue la parte que más disfruté pintando. Me encantó «rasgar» ese cristal, deslizar el pincel como si fuese una punta de diamante, quebrando para siempre la imagen de quien parezco ser para volver a ser la persona que siempre he querido ser. Aquélla que persigue sus sueños y vive cada instante disfrutándolo como si fuera el último.

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El lienzo de piedra, Elsa Zorn, 2021

¿Por qué pintamos? ¿Cuál es el impulso que lleva a un pintor a la necesidad de crear una obra concreta? ¿Es el deseo de contar una historia,  expresar un sentimiento o capturar la belleza de un instante?

El cuestionarnos el porqué de nuestras acciones, de nuestros sentimientos o el afán por  comprender el sentido de nuestra propia existencia es algo innato al ser humano, al Homo Sapiens, que lleva caminando en este planeta desde hace 300.000 años.

Todos nos hacemos multitud de preguntas y, para artistas como Elsa Zorn (Madrid, 1966),   intentar comprender cuál es el motivo que nos lleva a esa necesidad de crear, es una cuestión  vital y el germen de la obra sobre la que escribo hoy.

«El lienzo de piedra» óleo sobre tabla, 2021 (100 x 150 cm)

“Hace algunos años  quise realizar un cuadro sobre el momento en el que te pones a pintar. Cuando pintas estás aislada, en tu propio mundo, te olvidas de todo concentrada en el proceso creativo  y  esa abstracción, que es inherente a la naturaleza humana, me llama mucho la atención».

La pintora realizó algunos bocetos para desarrollar esa idea. Lo primero que pensó fue un autorretrato pintando en su estudio, pero enseguida lo desechó. También trató de elaborar la misma idea dibujando a otra persona,  aunque tampoco le gustó esa opción. A pesar de ello, la idea original permaneció en su mente esperando el momento adecuado para poder ser expresada.

El proceso creativo es un acto personal, íntimo. El desarrollar una idea requiere tiempo de silencio, de introspección, de emplear muchas horas planificando una obra, definiendo la historia que se quiere contar, estudiando la composición o buscando la luz. La obra va tomando forma en la mente, pero también el propio hecho de pintar requiere de ese aislamiento. En ocasiones, mientras pintamos escuchamos música, a veces pequeñas historias o incluso algún audiolibro. Durante  una sesión de trabajo Elsa Zorn estaba escuchando  la novela  “El clan del oso cavernario”, primer libro de la saga “Los hijos de la tierra” (Jean M. Auel).  Esta historia  está ambientada en el Paleolítico y su protagonista es una mujer que, perdiendo a su clan por un terremoto, debe adaptarse a un clan diferente para poder sobrevivir. 

En el  instante en el que  Elsa escuchaba esa historia, se dio cuenta de que esa mujer prehistórica le daba la oportunidad de desarrollar su idea de representar el momento íntimo del acto de la creación de una obra.

«El lienzo de piedra» (detalle)

El arte realista no solo nos permite representar lo que vemos, también nos permite visualizar mundos que no existen, bien sea porque sean ficticios o porque se refieren a épocas pasadas de la que no disponemos de imágenes reales. Sin embargo, esa imagen tiene que ser creíble para que atrape al espectador. Por este motivo el trabajo de documentación, a la hora de planificar una obra, tiene que ser riguroso. Existen numerosas referencias de la época prehistórica obtenidas mediante los estudios arqueológicos y desarrolladas a través de dibujos, infografías y descripciones.

No es mi intención que el cuadro sea una representación fiel de un momento histórico, sino un retrato íntimo de esa mujer ”.

También películas y documentales ambientados en esta época provocan que tengamos muy interiorizado, en la memoria colectiva, como eran nuestros ancestros y el tipo de sociedad y actividades que realizaban. Quizás por ese motivo, en este cuadro, llama la atención que sea una mujer la que está pintando en la cueva, ya que no se la suele representar realizando esa actividad.

“La mayoría de las representaciones de Homo Sapiens dibujando en una cueva son de hombres, mientras que ellas suelen estar al lado del fuego cuidando de la descendencia. Esta imagen algo estereotipada de la convivencia está tan integrada en nuestra retina que incluso representar a una mujer pintando puede ser una reivindicación feminista más o menos sutil.

Para dar vida a su idea, la pintora necesitaba a una modelo con unas características muy concretas. Debía ser una mujer delgada y enjuta, en la que se combinase la belleza con unos rasgos duros. Y por suerte esa persona era Lourdes, una modelo que trabajaba posando en el Círculo de Bellas Artes en Madrid, y que aceptó encantada la propuesta.

Otro aspecto importante era  recrear el ambiente que se respira en una cueva para poder desarrollar la composición y estudiar la luz. Desplazarse a una cueva real resultaba bastante complejo así que la pintora ‘construyó’ su propio set de rodaje. Esbozó las paredes de la cueva utilizando una estructura de cartón forrada con papel y colocó a la modelo ataviada con pieles y otros adornos.  Completó la escena decorando la cueva con diversos objetos depositados en el suelo, tales como cuencos o huesos que fue encontrando por el monte. Las luminarias que empleó para alumbrar la cueva son réplicas de aquellas que se utilizaban en la época y que se pueden ver en diversos museos.

El modo de trabajo de la autora consiste en realizar un dibujo previo de la imagen sobre el lienzo. Después  aplica una capa de pintura monocromo (grisalla) en donde define luces, sombras y volúmenes. Posteriormente aplica el color empleando múltiples veladuras.

Primeras capas de la elaboración del cuadro

Esta obra ha sido seleccionada en el prestigioso certamen de retrato Modportrait 2021, organizado por la galería Artelibre en Zaragoza y el Museo Europeo de Arte Moderno (MEAM) en Barcelona). Actualmente puede contemplarse en Zaragoza hasta el 18 de junio de 2022 y después viajará a Barcelona donde se expondrá desde el 1 de julio al 18 de septiembre de este mismo año. Una oportunidad de disfrutar una obra que ahonda en el origen de nuestra fascinación por crear algo que nos permita expresar nuestro mundo interior.

“El arte es lo que nos diferencia de los animales. La mujer ancestro de todos nosotros, en la intimidad de su cueva, con escasa luz, en un acto íntimo y sencillo pero de una magnitud trascendente a la vez, me hace preguntarme una y otra vez ¿qué nos hace querer pintar? Que misterio más grande y más personal es el de la creación».

Mi agradecimiento a Elsa Zorn por aceptar participar en este blog, disfruté mucho de esta entrevista hablándome de su lienzo de piedra.

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Nostalgia

La lucha contra el olvido es una obsesión del ser humano desde el principio de los tiempos.

El olvido de nuestra existencia nos aterra.

Nuestra vida perecedera nos resulta insoportable.

Por ello, a lo largo de nuestra vida nos esforzamos por dejar nuestra huella. Las artes son una muestra de nuestro deseo de inmortalidad, no solo de nuestro nombre, sino de lo que una vez hemos sentido. Sentimientos impregnados en una pintura, una escultura, un libro, una reflexión escrita, una película o cualquier medio por el que se nos recuerde y nos haga permanecer.

No solo nosotros queremos ese pedazo de inmortalidad, también las personas que alguna vez nos han amado.

«Nostalgia», Óleo sobre lienzo, 2022.

Esta reflexión acude por una estatua que se encuentra adornando un panteón en el cementerio de Pereiró, en la ciudad de Vigo (Pontevedra) y en la que está inspirada la pintura que os muestro hoy.

Cuando alguien querido desaparece,  el ser humano se resiste a dejarlo marchar, y una muestra de ello es el desarrollo del arte funerario. Esculturas hermosas y desgarradoras que adornan los cementerios, acompañando a panteones suntuosos, o a tumbas discretas señaladas con un nombre y una fecha. Se intenta, no solo  homenajear a la persona que no está, sino recordarla y expresar nuestro dolor y nuestra pérdida, compartiéndolo con aquellos desconocidos que la contemplan, para que puedan sentir parte de ese desgarro.

Escultura en el cementerio de Pereiró
Escultura en el cementerio de Pereiró (detalle)

La escultura está realizada en granito y transmite belleza, dulzura y una profunda nostalgia. Desconozco quien fue el autor, si la diseñó mediante su imaginación o a petición del doliente. Lo que si sé con certeza es que fue hecha para el recuerdo, señalando una tumba para que esa persona no se pierda en el olvido.

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«La pérdida de la palabra escrita»

Una biblioteca antigua creada en un pequeño atrio, similar a los claustros de los monasterios, con el objetivo de concentrar y guardar el saber humano. Un lugar atemporal que cobija el conocimiento atesorado a través de los siglos. Los libros representan un medio para difundir nuevos descubrimientos, historias y pensamientos. Son capaces de transmitir ideas a través de la palabra escrita para que no se pierda en el olvido.

Pero todo es efímero, la fragilidad que es innata al ser humano, también lo es a su obra.

¨La pérdida de la palabra escrita», óleo sobre lienzo, 2021 (116 x 81 cm)

Me llama poderosamente la atención las creaciones del ser humano que se destruyen por el paso del tiempo, ya sea un edificio abandonado, una vía de tren muerta o un libro roto. Todo tiene un final. Pero ese final no siempre es agónico porque las ruinas muestran una extraña belleza.

Es una sensación contradictoria entre una profunda admiración por esa belleza y una gran tristeza por su destrucción.

La pérdida de la palabra escrita es un concepto que, en este momento histórico, puede parecer imposible debido al exceso de información que existe gracias a los almacenamientos digitales. Parece que no se pueden perder los conocimientos. Pero hemos perdido algo más importante como es el apreciar, en la textura del papel, todos los esfuerzos que ha hecho el hombre para transmitir el conocimiento, desde aquellos primeros escribas que, con su puño y letra, copiaban los libros para que no se perdieran. Me imagino caminando dentro de mi propio cuadro, cruzando el atrio para alcanzar los libros que se derrumban en las estanterías del fondo, mientras imagino a los antiguos escribas acariciando la cubierta de un libro mientras lo depositaban en su lugar.

El conocimiento jamás debería perderse.

Pintar esta obra ha sido un proceso complejo puesto que tal lugar no existe, aunque si que es real el lugar que me inspiró esta idea, las ruinas del monasterio Bon Xesús de Trandeiras, en la provincia de Ourense. Un lugar mágico, envuelto en silencio, cuyo claustro semiderruido es una ventana al pasado. Basándome en una imagen de este cenobio, compuse la idea teniendo en cuenta muchos de los lugares abandonados que he visitado para empaparme del ambiente que se respira en ellos. Me fascina contemplar cómo la vegetación acaricia la piedra o, en otras ocasiones, la ahoga.

Esta obra ha ido cambiando con el tiempo. En un principio los tonos marrones y la oscuridad dominaban la estancia reflejando la tristeza y la angustia del abandono. Unos años después de haberlo terminado, su contemplación me resultaba extraña, como que algo no encajase y llegué a la conclusión de que necesitaba luz. Así que volví a trabajar en él «retirando» las nubes que ocultaban el sol para que su luz iluminase el centro del claustro, alejando las sombras. También cambié a tonalidad de marrón a grisácea en toda la obra a excepción de la estantería al fondo del claustro, cuyos tonos dorados reflejan la belleza, la importancia y la luz simbólica del conocimiento resguardado en los libros.

Versión definitiva de 2021
Versión 2017
Versión 2017

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«Suevia»

 

Hay algo mágico en un viaje en tren. Las antiguas vías conectaban diferentes lugares y el transcurso del trayecto no era solo un viaje real, también era un viaje de la propia imaginación mientras observábamos un mundo a través de la ventana.

El abandono de una vía es la muerte de muchas historias, de muchos viajes que no se podrán realizar como antaño.

Sin embargo, caminar por esos senderos de hierro, ahora sin vida, provocan un nuevo viaje, una sensación extraña de nostalgia y, a su vez, una oportunidad única de recorrer con lentitud los antiguos caminos que el tren, en su imparable recorrido, impedía contemplar con calma los parajes donde se asientan sus pasos.

 

«Suevia», óleo sobre lienzo, 100 x 100 cm

 

La pintura ilustra el instante en el que se inicia ese viaje, un momento en el que ella gira el rostro para contemplar lo que deja atrás, dispuesta a recorrer un sendero que parece no tener un final.

 

«Suevia» (detalle)

 

«Suevia» es el nombre real de la modelo que aparece en la obra, cuyos ojos siempre me llamaron la atención desde que la conocí de niña. 

Esta obra está incluida en la edición especial del catálogo Modportrait 2020, editado por la Galería Artelibre.

 

«El día en el que el silencio reinó en el Congreso», Manuel Castillero, 2015.

 

El ambiente que se respira caminando entre unas ruinas provoca una sensación extraña. Se mezcla el silencio, el misterio, la belleza, la soledad y una peculiar sensación de frío. Las primeras ruinas que visité pertenecían a una fábrica abandonada, era invierno y estaban rodeadas por la niebla, creando una atmósfera que transformaba los contornos en algo irreal. Era como estar inmersa en un sueño en el que el tiempo se había detenido. Aquella luz que envolvía a ese lugar, me produjo una sensación muy especial que me ha acompañado desde entonces. A pesar de ello, y de los numerosos lugares abandonados que he visitado, nunca he vuelto a sentir esa sensación… hasta que un día mis ojos se posaron en este cuadro.

 

“El día en el que el silencio reinó en el Congreso”, técnica mixta sobre tabla, 2015 (160 x 140 cm)

 

Esta obra describe el abandono del Parlamento, símbolo del poder político de una sociedad. El paso del tiempo transcurrido desde entonces ha permitido a la Naturaleza reconquistar el espacio que antaño le pertenecía. Según palabras de su autor:

“Miramos al pasado a través de los vestigios, de las ruinas, que no son nada más que ecos de sociedades que un día desaparecieron. Todo es finito, nada es perdurable”.

 

Los motivos para la creación de una obra de arte son múltiples. En muchas ocasiones se pinta,  se esculpe o se compone por el simple disfrute del artista, cuyo único objetivo es mostrar la belleza de cuanto nos rodea. Otras veces el arte surge de la necesidad de contar una historia. Sin embargo, el motivo más importante es que proporciona una forma de expresión, un medio que nos permite exteriorizar un sentimiento, una idea o una emoción, que sería muy complicado transmitir con palabras. Y este es precisamente el motivo por el que esta obra existe, la necesidad de su autor, Manuel Castillero (Córdoba, 1976), de poder expresarse.

“Esta obra no la realicé como una crítica o denuncia social, surgió de una forma mucho más instintiva. Yo pinto para satisfacer la necesidad de expresarme. En aquel momento vivíamos un ambiente de crispación política y se me ocurrió la idea del congreso, ya que es algo muy representativo, y quise mostrarlo cuando nuestra sociedad hubiese colapsado y, después de un tiempo, ver cómo la Naturaleza recupera ese lugar de poder y decisión”.

 

Para realizar esta obra el autor se inspiró en toda una estética que fue absorbiendo a través de los años. Fascinado por el mundo de la Ciencia Ficción, a Castillero le interesaban películas como «Mad Max» (1979) o «Blade Runner» (1982), libros como “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago (1995) o “La carretera” de Cormac McCarthy (2003) e incluso el videojuego “The last of us” (2013). Todas estas obras tienen en común la descripción de la supervivencia en un mundo distópico y angustioso.

A este universo ficticio se une la influencia que la estética de pintores como Caspar David Friedrich (1774-1840) o William Turner (1775-1851) han tenido sobre el trabajo de Castillero.

El ambiente de esta obra es sobrecogedor, conseguido con un magnífico tratamiento de la luz. Una luz muy compleja de representar al carecer de referencias directas.

“Para realizar una obra como esta hay que observar mucho, porque no tienes ninguna referencia visual, salvo el Congreso de los Diputados, en Madrid, tal y como lo ves en las fotografías. El cuadro surgió poco a poco , de la memoria visual que yo tenía de la contemplación de elementos reales como pudiera ser, por ejemplo, la luz que entra por el óculo en el panteón de Roma, o la luz de las catedrales. Son referencias visuales que tu tienes en la memoria e intentas aplicar, ya que no tienes ninguna referencia de la luz real.”

 

Fase del proceso creativo

 

Fase del proceso creativo

 

Otro elemento que contribuyó a crear esa atmósfera lo encontramos en la sinfonía nº 6 de Vaughan Williams (1872-1958). La partitura fue escrita en plena Segunda Guerra Mundial y se ha interpretado como una descripción de la guerra y de la detonación de la bomba atómica. El crítico musical Pérez de Arteaga, escribió una reseña sobre esta composición en la que señalaba que el último movimiento describía una luz «blanca, fría, que iluminaba de forma mortuoria los elementos estáticos». Esa descripción impresionó al artista y la tuvo muy en cuenta mientras pintaba este cuadro, a la vez que escuchaba en su estudio la sinfonía.

Esta pintura obtuvo el primer premio en el certamen internacional «Figurativas 2015», que otorga la “Fundació de les arts i els artistes” y forma parte de la colección del Museo Europeo de Arte Moderno (MEAM), en Barcelona. Este certamen es uno de los más importantes que se celebran en torno al realismo contemporáneo a nivel mundial.

A raíz de esta obra, Manuel Castillero elaboró una serie de pinturas en las que describe el desmoronamiento de los pilares de nuestra sociedad contemporánea. La decadencia del poder político, económico, cultural y religioso, que englobó bajo el título de “Espacios reclamados”.

La caída del poder económico a través del abandono de la bolsa de Madrid.

«El sueño eterno del Leviathan»

 

El fin del poder religioso a través de la destrucción del Vaticano.

«In excelsis natura II»

 

El desplome del poder político a través del silencio del Congreso de los Diputados.

«El día en el que el silencio reinó en el Congreso»

«El guardián eterno»

 

La desolación a través de la destrucción de la cultura representada por el Palau de la Música de Barcelona.

«Turangalila»

 

Todas estas obras forman ya parte de ese universo de ciencia ficción que tanto ha influenciado a Castillero, tan importante como para dedicar gran parte de su creación a poder expresar y advertir de lo que podría llegar a suceder.

“La ciencia ficción pone al hombre ante el espejo del hombre. Tiene la capacidad de hacernos reflexionar sobre lo que somos y a dónde nos encaminamos. Podría entenderse como la predicción de un oráculo. Las distopías nos sirven de advertencia”.

 

Una advertencia expresada a través de sus cuadros, que nos muestra un mundo extraño y aterrador en el que reina la soledad y el silencio. Nos muestra un futuro que, aunque ficticio, podría llegar a convertirse en un presente muy real si nos descuidamos.

Todas las fotografías de este artículo están cedidas por Manuel Castillero, a quien agradezco de corazón su participación en este proyecto, su excelente disposición y por la interesantísima conversación que mantuvimos. Ha sido un auténtico lujo conocer de primera mano los motivos que le inspiraron para realizar estas magníficas obras.

https://www.facebook.com/manuel.castilleroramirez

 

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«Rancor», Arantzazú Martínez, 2009

 

Llevo muchos años siguiendo el trabajo de la pintora Arantzazú Martínez (Vitoria 1977), pero no ha sido hasta hace unos meses, que he empezado a seguirla en Instagram, cuando he podido ver las creaciones que va realizando en la actualidad. Hace unas semanas me decidí a escribirla para invitarla a participar en este blog sin tener muchas esperanzas de que viese mi mensaje, ni que tuviese tiempo para atenderme.  Imaginaos mi alegría cuando me respondió que le parecía una gran idea y que colaboraría conmigo. Para  era muy emocionante poder compartir una conversación con una artista cuyo trabajo me fascina y le doy de nuevo las gracias por participar en mi pequeño proyecto.  El pasado miércoles 29 de julio, tuvimos una magnífica conversación por videoconferencia, muy interesante y agradable, que se desarrolló en torno a la obra sobre la que que escribo hoy: “Rancor” 

«Rancor», óleo sobre lienzo, 2009 (146 x 114 cm)

 

Rancor es el nombre de una criatura que aparece en la película “El retorno del Jedi” (1983) perteneciente a la saga de Star Wars. Al comienzo de la misma, el protagonista Luke Skywalker tiene que defenderse de ese monstruo al haber sido arrojado al foso donde vive, enzarzándose en una lucha a muerte. Esta película fue la primera de ciencia ficción que la artista vio en el cine siendo una niña, y la impresión que le produjo esa escena fue lo suficientemente fuerte como para que, después de muchos años, eligiese ese momento como inspiración para crear este cuadro.

Según recuerda:

      “En las primeras escenas lo que vemos es a LukeSkywalker entrando al palacio de Jabba por una especie de túnel,  en ese momento es cuando te hacen la presentación del rancor, un monstruo que vive en un foso debajo del palacio. Esas, para mí, eran las primeras imágenes que mi cerebro tenía de este universo paralelo, unas imágenes que te impresionan, te sobrecogen y te dejan absolutamente fascinada para toda tu vida”.

 

Arantza escogió al rancor como protagonista de su obra y decidió reinventar la escena. En su cuadro, la criatura acecha a una princesa Jedi que no corresponde a ningún personaje reconocible de la saga, como pudiese ser la princesa Leia o Amidala.

Prisionera en una cueva, y atada, la pintura ilustra el momento en el que la protagonista afloja las ligaduras de una de sus manos y trata de alcanzar la espada láser que se encuentra a sus pies para poder liberarse. Su postura, la expresión de su rostro y la intensidad de su mirada reflejan una gran seguridad, fortaleza y determinación.

La historia detrás de esta obra es realmente peculiar y comenzó una mañana en la que la artista recibió un email nada menos que de la compañía Lucasfilm Ltd. En el correo le decían que el cineasta George Lucas había visto su trabajo y la invitaban a participar en un proyecto artístico. Arantza quedó tan sorprendida que tuvo que leer varias veces el email para poder creérselo, pero el email estaba tan bien redactado que sí le pareció una propuesta seria. A pesar de las lógicas dudas que le asaltaban de que fuese una broma, decidió que no perdía nada si les daba su número de teléfono como le solicitaban.  Efectivamente, al día siguiente recibió la llamada del asistente personal de George Lucas.

El proyecto consistía en la realización de un libro en el que varios artistas crearían una obra inspirada en el mundo de Star Wars. Gran admiradora de la saga, no pudo resistirse a aceptar la propuesta, con el aliciente de que no le ponían ningún límite o condición, pudiendo llevar a cabo la obra que ella imaginase con absoluta libertad creadora e independencia. Fue la primera ocasión que trabajó en un encargo de estas características, sabiendo que alguien estaba esperando para ver lo que hacía, con la presión que eso conlleva.

      “Desde que comencé mi carrera, me planteé como una meta el hecho de que cada obra que empezase fuese al 100% de mi capacidad. Tengo que escoger la mejor tela, los mejores colores, darme el tiempo necesario para que la composición funcione bien, que no sea una idea peregrina simplemente porque me haya parecido sugerente en dos segundos, sino porque tiene un significado, que realmente crea que vaya aportar algo, que merece la pena hacerla. Siempre había tenido ese baremo de que las obras sean buenas, pero era la primera vez que no era un interés sólo mío. Cuando ya tienes un espectador, y además de la talla de George Lucas, que sabes que está esperando para ver lo que estás haciendo, te entran las dudas de si lo que puedes hacer es realmente bueno».

 

La pintura luce una composición exquisita, muy elaborada y con un especial cuidado por los detalles; desde la elección del traje o el tocado, la postura de la princesa o la colocación del rancor, hasta los pequeños detalles como los cráneos de animales dispersos sobre la arena de la cueva, arena que la artista hizo traer desde la playa a su estudio.

      “A pesar de darle muchas vueltas al boceto, no sabía si iba a funcionar bien la composición que tenía en mente, pero cuando coloqué a la modelo en mi estudio, la disfracé y la senté sobre la arena junto con el resto de los detalles, esqueletos, el sable láser, las cuerdas y vi el conjunto, ahí tuve la seguridad de que iba a funcionar. Aun así, siempre te quedaba la duda, porque cuando mezclas cosas reales como la modelo, con cosas que no son reales como el rancor, y juntas las dos realidades hay que ver que peguen bien para que funcione. Es cierto que sí que tuve esos poquitos momentos de estrés, pero de ese estrés casi positivo, casi cercano al sentimiento que provoca la adrenalina, de decir: vamos a por todas. Fue una experiencia muy bonita.”

 

Arantzazú Martínez estudiado la pose de la princesa Jedi

 

La pintora trabaja siempre con modelos reales pintándolos del natural. En esta ocasión, la modelo se llama Leire, una chica que trabajaba en un bar al lado de su estudio, y que Arantza visualizó desde el primer momento como la protagonista de su cuadro.

Destaca en la obra el detalle y exquisitez de los ropajes que viste la princesa y, aunque difiere mucho de la estética original de la película de 1983, su elección es intencionada.  Los primeros bocetos que realizó mantenían una apariencia más acorde al momento en el que se rodó, pero luego decidió modificar los ropajes para tratar de dar una continuidad visual. El universo Star Wars ha sido creado a lo largo de muchos años, iniciándose en 1977, con los consecuentes cambios en la estética. Visualmente hay muchísima diferencia entre la primera trilogía y las dos últimas. La elección de ese traje pretende unificar esas diferencias, debidas a la distancia temporal, integrando la estética de las películas en una sola imagen.

Boceto a lápiz

 

Boceto inicial con la primera idea de vestuario

 

El vestido está inspirado en un modelo que lucía Assumpta Serna en la película «El rey pasmado». La artista se encargó de buscar el adecuado para su cuadro en las sastrerías de Madrid.

La artista probando el traje que emplearía para su obra.

 

Para la realización del rancor utilizó diferentes fotogramas inéditos del rodaje de la película original, que fueron facilitados por la compañía.

Arantzazú Martínez habla con mucho cariño de esta obra y de su colaboración con el equipo de Lucasfilm Ltd., ya que fue muy enriquecedora. Le dieron todas las facilidades y toda la colaboración necesaria y, sobre todo, el respeto por su creación y su libertad para realizar una obra de la que sentirse orgullosa. De hecho, aunque en un principio la idea era realizar la obra y enviar sencillamente una fotografía para el libro, la calidad del trabajo fue tan buena que el propio George Lucas adquirió el cuadro para su colección personal.

El libro que surgió de este proyecto se publicó en 2010 bajo el título «Star Wars art: Visions» (2010).

 

La obra en grisalla fue utilizada como portada interior del libro «Star Wars art: Visions»

 

Todas las fotografías de este artículo están extraídas de la cuenta de Arantzazú Martínez en facebook. https://www.facebook.com/Arantzazumartinez.artist

página web: http://www.arantzazumartinez.com

 

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La «huida» de la «Medusa»

 

Una vez que una obra de arte es dada a conocer al mundo y apreciada como tal, ya no pertenece al autor sino a toda la Humanidad. Protegerla es un deber de los hombres del presente y un derecho de las generaciones futuras.

“Cada obra es portadora de la memoria de una civilización. Cada tesoro es la obra de un hombre y el testimonio intacto de su tiempo. Pertenecen a toda la Humanidad y perder este legado sería como perder parte de nuestra alma y de nuestra identidad”. (Jacques Jaujard)

 

La historia detrás de cada obra no se limita a su proceso de creación, en ciertas ocasiones, las circunstancias obligan a que sean testigos y víctimas de su tiempo.

“La balsa de la medusa” es una de esas obras. Su creación es apasionante, como ya escribí en este blog, (https://cinhalam.wordpress.com/2015/10/29/la-balsa-de-la-medusa-theodore-gericault-1818-1819/) pero su historia se prolonga en el tiempo debido a un acontecimiento histórico que superó a todos los seres humanos sacando lo peor, pero también lo mejor de cada uno.

la balsa de la medusa

«La balsa de la Medusa». Óleo sobre lienzo, 1818-1819. (491 cm × 716 cm)

 

En 1939, poco antes de que estallase la Segunda Guerra Mundial, en el París amenazado por la invasión nazi, un gran hombre se dio cuenta que la guerra era inminente y que no solo peligraba su vida y su sociedad, también estaba en peligro algo que él amaba: el Arte.

Jacques Jaujard era en aquella época el subdirector de los Museos Nacionales en París y bajo su responsabilidad recaía la protección de las obras maestras del Louvre. El no estaba dispuesto a permitir que el magnífico legado del museo fuese destruido o espoliado, por ello organizó la evacuación de todas las obras maestras del museo antes de que los nazis entraran en París.

En tres días se embalaron y trasladaron más de 4000 obras al castillo de Chambord, a 160 km del Louvre y posteriormente se dispersaron entre diversos castillos y mansiones de toda Francia. El documental “Cómo el ilustre y desconocido Jacques Jaujard salvó el Louvre” (Jean-Pierre Devillers, Pierre Pochart) narra al detalle esta historia.

 

El 3 de septiembre de 1939 el Louvre terminó de evacuar todas sus obras. Ese día estalló la Segunda Guerra Mundial.

Una de las piezas que más problemas causó fue precisamente “La balsa de la Medusa”. Al plantearse su traslado se encontraron con varios problemas. El primero de ellos era que el lienzo no podía desmontarse ni enrollarse porque peligraba la integridad de la obra debido a los materiales empleados en su elaboración. (Géricault utilizó betún para pintar los tonos negros del cuadro y la fragilidad del barniz no permitía la manipulación de la tela) .

Sus enormes dimensiones (491 x 716 cm) hizo imposible la obtención de un embalaje adecuado por ello fue cargado directamente en un camión sujeto con cuerdas.

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La imagen es dantesca por el peligro que conlleva un traslado en semejantes condiciones.

Otro problema surgió en el camino. La altura del lienzo provocó que, al llegar a Versalles, se enredase en los cables del tranvía provocando un cortocircuito que dejó sin luz eléctrica a toda la ciudad. Unos largos ganchos hechos de material aislante solventaron el problema. Este contratiempo hizo que una avanzadilla inspeccionase los caminos por los que debería pasar el convoy midiendo los puentes y otros obstáculos decidiendo así la ruta adecuada. A pesar de todos estos inconvenientes,  la obra no sufrió daño alguno en el transporte ni en los años posteriores donde estuvo custodiada.

Jacques Jaujard fue el responsable principal de la salvaguarda de las obras, pero esta empresa era demasiado grande y compleja para un solo hombre. Decenas de empleados del museo ayudaron con el máximo cuidado a proteger este increíble legado. Muchas de estas personas se trasladaron a los lugares de almacenaje de las obras para poder cuidarlas evitando su deterioro. Gracias a todos ellos podemos seguir disfrutando, sintiendo y admirando estas obras maestras.

 

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«Strange Tales of a Lonely Studio – Lian Suo», Jing An, 2015.

El arte con el que más disfruto es el arte realista, bien sea de épocas pasadas o presente. Actualmente el arte contemporáneo que se muestra en las salas de exposiciones o en los museos tiene poco de realista. Aún así hay infinidad de pintores contemporáneos que defienden y desarrollan, con verdadera maestría, el realismo dentro de la pintura actual.

El MEAM, Museo Europeo de Arte Moderno (Barcelona), es un museo donde se favorece y potencia el arte realista de artistas vivos. En él se desarrollan, aparte de la exhibición de la colección propia del museo, actividades culturales, divulgativas y certámenes, los cuales impulsan la carreta de artistas actuales.

Una de estas actividades fue la exhibición de las obras finalistas de dos competiciones internacionales  de pintura y escultura, ARC Salon y Figurativas 2017. La primera organizada en Estados Unidos por la institución «Art Renewal Center» y la otra en Europa por la «Fundación de las Artes y los Artistas». Ambas se unieron en Barcelona para acercar al público todo el trabajo más reciente de los mejores artistas figurativos de todo el mundo. Dicha exposición tuvo lugar entre el 22 Septiembre y el 26 Noviembre de 2017.

En esta muestra fue donde descubrí uno de los lienzos que más me han fascinado en los últimos tiempos. Se trata de la obra “Strange Tales of a Lonely Studio – Lian Suo”, de la artista Jing An. La obra obtuvo el segundo premio en el ARC Salon, en la categoría de “realismo fantástico”

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«Stranges Tales of a Lonely Studio- Lian Suo», óleo sobre lienzo, 2015. (180 x 125 cm)

Lian Suo es un capítulo muy conocido de «Liaozhai Zhiyi, Strange Tales of a Lonely Studio», una colección de historias clásicas chinas de Pu Songling que comprende cerca de quinientas historias cortas. Esta historia concreta muestra al fantasma de una niña, Lian Suo, que lleva en una tumba más de 20 años. Las luciérnagas que danzan en la noche, siendo testigos de su desolación, le ayudan a conocer a un hombre, Yang Yuwei. Se convierten en buenos amigos con gustos e ideas afines. Juntos leen y escriben poesía, juegan al ajedrez y tocan la pipa. La fragilidad de ella conmueve a Yang Yuwei y acaba enamorándose de ella. Para permitirle renacer, una noche el joven realiza un ritual que finaliza cuando, pinchándose en el brazo, hace derramar tres gotas de sangre sobre el ombligo de Lian Suo, causando su renacimiento.

Según las palabras de la autora:

“Soy una artista que pinta con emoción. En los últimos años, he creado una serie de obras sobre `Strange Tales of a Lonely Studio´, que representan algunas de sus más maravillosas historias de amor. Mis obras de arte intentan describir los antiguos clásicos literarios con la perspectiva de una mujer moderna. Mi objetivo es capturar, con imágenes de hace más de 300 años, la vida social de las mujeres, la psicología, el pensamiento y la emoción, mostrando la mitología china en el arte impulsado por la fantasía».

Todas las obras de esta seria son magníficas y merecedoras de otro artículo que escribiré más adelante, puesto que todas ellas comparten la belleza,  delicadeza, imaginación y perfección técnica de Lian Suo.

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Enlaces de interés:

https://www.meam.es/es/about/

https://www.artrenewal.org/Salon2016/Artwork/ByCategory/21052