Tempus fugit

Cuando me senté a escribir este post no tenía ni idea de por donde empezar. No recordaba que es lo que me impulsó a desarrollar esta idea, a pesar de que es uno de los cuadros más personales que he hecho hasta la fecha. Quizás esta obra sea la consecuencia de una sensación. Una primera sensación seguida, probablemente, de varias más.

«Tempus fugit» Óleo sobre lienzo, 2023 (50 x 126 cm)

El primer instante al que me refiero ocurrió en una de mis salidas al monte.  Me encanta explorar los diferentes parajes y bosques que voy encontrando y en uno de estos paseos  me tropecé con una vía de tren abandonada. Me fascinó observar esos raíles tan cerca así que subí sobre los travesaños y comencé a recorrerla lentamente. Se extendía por una explanada que atravesaba varios prados, cruzaba un rio y discurría entre pequeñas masas de árboles. Según iba caminando llegó  un momento en el que perdí la noción del tiempo. Tuve la sensación de que la vía  no se acabaría nunca, podría seguir caminando y caminando porque no había un final. Por supuesto sabía que inevitablemente la vía terminaría pero esa sensación tan engañosa me hizo comparar ese camino con la propia existencia humana. Al igual que la vía del tren, nuestra vida tiene un comienzo y un final aunque no seamos capaces de recordar su inicio ni ver su desenlace. Somos conscientes  que nuestra vida se acabará y a pesar de ello vivimos con la sensación de que somos imperecederos  y actuamos erróneamente en consecuencia.  Por ese motivo muchas veces dejamos transcurrir los días, los meses y los años, sin prestar atención al paisaje que nos rodea, perdiéndonos muchas cosas que, en nuestra ilusión de ser eternos, morimos sin haber vivido, o malgastamos nuestro valioso tiempo en actividades que no nos hacen ni felices ni nos aportan  nada valioso, ni a nosotros ni a las personas que comparten nuestro  camino.

Y por ese motivo es tan importante en la obra la presencia de la vía de tren, que simboliza la línea del tiempo, entrelazando el pasado, el presente y el futuro.

Otro elemento que he utilizado para describir el transcurso del tiempo es el reloj de arena. Siempre me han encantado esos los relojes. Me parecen una forma preciosa y sencilla de medir el tiempo, así que los he empleado de diferente forma según el momento que señala cada uno. El reloj del pasado concentra toda la arena en la parte inferior, puesto que su tiempo ha concluido. En el presente la arena está discurriendo en este mismo instante. Y del futuro nada se sabe, ni siquiera si existirá, por ello el reloj de este cuadro es diferente en forma y también en la “arena”, la cual está indefinida, dispersa en la parte superior del reloj.

Reloj que representa el Pasado.
Reloj que representa el Presente.
Reloj que representa el Futuro.

He utilizado para esta obra el formato de tríptico, algo que no había hecho anteriormente pero que resulta muy adecuado para desarrollar esta idea. La intención es que cada una de las partes tenga una identidad propia y pueda verse y entenderse de forma individual, aunque cobre su sentido completo al verse en conjunto.

«Ille fuit«

El transcurso del tiempo diluye los recuerdos. La imágenes que nuestra memoria  nos muestra son difusas, como si estuviésemos evocando un sueño.  En otras ocasiones los recuerdos son tan nítidos que parece que los estamos sintiendo en el presente.  Esa ambigüedad también he querido representarla en esta obra, existiendo un importante contraste entre la nitidez de la vía y la figura, con el fondo muy difuminado. La ausencia de color nos indica un tiempo que ya no existe.

«Ille fuit» Óleo sobre lienzo, 2023 ( 50 x 26 cm)

Para pintar el pasado utilicé una antigua fotografía en blanco y negro de cuando yo era niña. Curiosamente recuerdo el instante en el que mis padres la tomaron ya que yo estaba absorta caminando por un prado observando las flores silvestres y me sobresalté cuando ellos me dijeron que estuviese quieta para sacar la foto. La verdad es que ni me hubiese enterado de que tomaban la fotografía. Precisamente por los pocos recuerdos que conservo de mi infancia, tengo mucho cariño a esa imagen y por eso me apeteció mucho emplearla como base para este cuadro.

«Ille est»

Nuestra vida es aquí y ahora, es lo más importante porque es lo real, lo que experimentamos en el momento actual. El cuadro del presente quiere representar la Vida y lo hace a través del color, del movimiento, de las montañas y la vegetación,  de la acción, pero también de la conciencia.  Ella nos mira con intensidad, con alerta, su mirada nos advierte que el tiempo se escapa entre los dedos y que hay que aprovecharlo, hay que vivirlo. Esa idea es tan importante que he querido recalcarla colocando un segundo reloj de arena en el fondo

El libro abierto nos indica  que está escribiendo su historia en ese instante.

«Ille est» Óleo sobre lienzo, 2023 (55 x 50 cm)

«Ille erit»

Aunque técnicamente es la parte más sencilla del tríptico, fue la que más me costó pintar. No tenía muy claro como representar el futuro, lo que si tenía muy claro es que quería transmitir una sensación de indeterminación, incertidumbre e irrealidad. El futuro es un misterio y nada sabemos de él, por ese motivo he querido que la figura esté simplemente esbozada, sin color, sin realizar ningún movimiento salvo abrazar el libro que representa su historia.

«Ille erit» Óleo sobre lienzo, 2023 (50 x 26 cm)

Pedí a varias personas cercanas a mi su opinión respecto al tríptico y me sorprendió, sobre todo, las sensaciones tan dispares que provocaban el cuadro del futuro. Sus impresiones oscilaban entre la sensación de calma, serenidad y paz que sentían algunas personas y el desasosiego y angustia que transmitía a otras. Esta contradicción de opiniones me encanta puesto que refuerza la intención con la que pinté este cuadro: la idea de que el futuro es sinónimo de incertidumbre.

En esta obra no hay ni una pincelada casual, todo tiene su significado y su razón de ser. Aquí he compartido los rasgos más importantes de lo que he querido transmitir con ella, aunque no he contado todo ya que creo que es mucho más interesante que cada uno lo haga suyo y lo interprete según sus vivencias.

El ser conscientes de nosotros mismos y del inevitable final de nuestra existencia es una preocupación del ser humano desde que descubrió su propia consciencia. Una inquietud compartida por todos los miembros de nuestra especie que tan bien se resume la locución latina «Tempus fugit», que resume mejor que nada la idea que he necesitado plasmar en un escurridizo lienzo en blanco.

Autorreflejo

«En ocasiones sentimos que  nuestra vida no es la que hubiésemos querido. Los sueños y las ilusiones se disipan a lo largo del tiempo ahogados por la rutina.  A veces, siento que soy un reflejo de la persona que podía haber sido.
Pero ya no. No quiero seguir siendo un reflejo, quiero recuperar las cosas que me fascinaban y que olvidé, aquellas que me hacen sentir viva.
Y para conseguirlo lo primero es romper ese reflejo».

«Autorreflejo», óleo sobre lienzo, 2022 (120 x 100 cm).

Siempre me han fascinado los reflejos, no las imágenes que nos devuelve un espejo, sino la que nos devuelve un cristal. Sobre él, la figura se desdibuja, se distorsiona, se divide por efecto del propio cristal. Esa distorsión se potencia al mezclarse el reflejo con aquello que está al otro lado.

Caminando por la ciudad mi imagen me asalta en cada cristal y me llama la atención sus guiños que van más allá de mi propio aspecto. Son flashes a los que no les presto mucha atención ya que siempre caminamos hacia algún sitio, ocupados en mil cosas.

Pero cuando salgo de la ciudad, el tiempo se ralentiza. Visitando otros lugares camino sin prisa y cuando mis pasos se cruzan con un cristal, sí que me detengo en esa imagen distorsionada de mí misma. Me sitúo delante de ella y la observo con la impresión de estar viendo a otra persona, alguien que me recuerda vagamente a quien soy. Esa sensación me llama mucho la atención y me parece una metáfora muy adecuada para lo que yo quería representar. A veces es muy complejo describir un sentimiento con palabras, por ello los pintores nos valemos de las imágenes que creamos para expresarnos.

Mi cámara de fotos suele acompañarme en mis excursiones y me encanta detenerme a fotografiar esos reflejos, sobre todo me gustan aquellos en los que la luz del sol me ilumina directamente mientras que el cristal está en sombra. Bajo esa circunstancia los contrastes aumentan y la luz se difumina potenciando ese efecto de distorsión. Una de estas fotografías fue la que utilicé para crear esta obra. La escogí porque tenía elementos que me ayudaban a describir la idea, elementos como la postura, algo forzada al sostener la cámara o las gafas de sol que ocultan la parte más expresiva de un rostro.

Fotografía original.

En principio la idea era pintar sólo ese reflejo pero, cuando lo acabé empecé a reflexionar sobre él. Delante de mi propio cuadro me di cuenta que ese reflejo representaba a una persona que yo ya no quería seguir siendo. Ya no sería un reflejo nunca más, así que lo mejor era romperlo.

«Autorreflejo» antes de «romper» el cristal.

Y fue una gran idea ya que cambió totalmente la concepción del cuadro. De hecho, fue la parte que más disfruté pintando. Me encantó «rasgar» ese cristal, deslizar el pincel como si fuese una punta de diamante, quebrando para siempre la imagen de quien parezco ser para volver a ser la persona que siempre he querido ser. Aquélla que persigue sus sueños y vive cada instante disfrutándolo como si fuera el último.

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Nostalgia

La lucha contra el olvido es una obsesión del ser humano desde el principio de los tiempos.

El olvido de nuestra existencia nos aterra.

Nuestra vida perecedera nos resulta insoportable.

Por ello, a lo largo de nuestra vida nos esforzamos por dejar nuestra huella. Las artes son una muestra de nuestro deseo de inmortalidad, no solo de nuestro nombre, sino de lo que una vez hemos sentido. Sentimientos impregnados en una pintura, una escultura, un libro, una reflexión escrita, una película o cualquier medio por el que se nos recuerde y nos haga permanecer.

No solo nosotros queremos ese pedazo de inmortalidad, también las personas que alguna vez nos han amado.

«Nostalgia», Óleo sobre lienzo, 2022.

Esta reflexión acude por una estatua que se encuentra adornando un panteón en el cementerio de Pereiró, en la ciudad de Vigo (Pontevedra) y en la que está inspirada la pintura que os muestro hoy.

Cuando alguien querido desaparece,  el ser humano se resiste a dejarlo marchar, y una muestra de ello es el desarrollo del arte funerario. Esculturas hermosas y desgarradoras que adornan los cementerios, acompañando a panteones suntuosos, o a tumbas discretas señaladas con un nombre y una fecha. Se intenta, no solo  homenajear a la persona que no está, sino recordarla y expresar nuestro dolor y nuestra pérdida, compartiéndolo con aquellos desconocidos que la contemplan, para que puedan sentir parte de ese desgarro.

Escultura en el cementerio de Pereiró
Escultura en el cementerio de Pereiró (detalle)

La escultura está realizada en granito y transmite belleza, dulzura y una profunda nostalgia. Desconozco quien fue el autor, si la diseñó mediante su imaginación o a petición del doliente. Lo que si sé con certeza es que fue hecha para el recuerdo, señalando una tumba para que esa persona no se pierda en el olvido.

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Elhare descubriendo el fuego

 

La luz que proyecta la luna sobre el mar y sobre la tierra fue lo que despertó en mí las ganas de pintar este cuadro. La forma en la que el mar se ilumina, cómo la luz se refleja en la piel, en el cabello, en los ropajes y en la tierra.

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«Elhare». Óleo sobre lienzo, 2000. (160 x 130 cm)

 

La idea se me ocurrió paseando por una playa en una noche de luna llena, observando los juegos de luces y sombras que se dibujaban sobre el agua. Jugar con la luz de la vela y de la luna me pareció estimulante. Siempre me ha gustado el mundo de las sirenas, me gustan como seres mágicos, aunque no las historias mitológicas clásicas porque se las describe como criaturas malignas. Hacía tiempo que tenía la idea de pintar a una sirena descubriendo el fuego, como curiosidad diré que la idea me la dió una canción de la película de animación “la sirenita” de Walt Disney, 1989.

La modelo que utilicé para la sirena es mi hermana, aunque no es exactamente su retrato. La figura humana soy yo. Usé una serie de espejos para poder copiarme a mí misma de espaldas.

Pasé muchas horas contemplando el mar bajo la luz de la luna; observé el color de mi piel, de mi pelo y el de mis ropas, así como el color del mar y de las rocas. Estudié también la luz de una vela, observaba el modo en el que se proyectaba en mi cara y en mi mano y cómo influía en un paisaje nocturno. Incluso, aunque parezca ridículo, estuve observando la cola de un pez a la luz de la luna porque… ¿cómo es un pez por la noche iluminado con esa luz?, ¿brillará o no? ¿de qué color es?. Conocer esos pequeños detalles es lo que hace posible que un cuadro sea tal cual es.

 

«Desafiando al Olvido»

 

Caminar entre las ruinas de un edificio abandonado, construido hace tiempo por seres que ya no existen, me transmite una sensación extraña. Por un lado siento nostalgia y tristeza por aquello que se ha perdido. Por otro lado me admira la belleza de esos restos que aún se anclan en el presente, irguiéndose inexorables, desafiando  al tiempo.

Esos fragmentos rotos me recuerdan un pasado y su presencia destierra el olvido que de otra forma habría conquistado ese lugar. No existe olvido mientras existan vestigios que nos recuerden el pasado.

La existencia de esos recuerdos me reconforta, me da serenidad y el espíritu de esos lugares hace que el tiempo se detenga en los instantes en los que mis pasos recorren el lugar.

Me fascinan las ruinas y lo que ellas me transmiten…

Desafiando al Olvido

«Desafiando al Olvido». Óleo sobre lienzo, 2016. (116 x 81 cm)

 

Este cuadro es el primero que pinto sobre este tema, y no será el único. Hace tiempo que deseaba introducir estas ideas en mi obra, aunque este lienzo es muy diferente a como lo imaginaba en un principio.

Existe un edificio que me encanta recorrer, está en muy mal estado pero la perfecta estructura de sus muros refleja la magnificencia de esa construcción. Se trata del Pazo de Lourizán, en la provincia de Pontevedra. Un impresionante palacio diseñado por el  arquitecto  Jenaro de la Fuente (1851-1922). Puedo pasarme horas recorriendo los exteriores de ese lugar (no se permite la entrada al interior).

Hubo un día en el que paseaba delante de la fachada. En ese instante los rayos del sol iluminaban  un punto en concreto donde podía observar mi propia imagen reflejada en las puertas del palacio. Me encantó la luz de ese reflejo y supe que quería pintarlo, aunque no mi autorretrato, sino la imagen de una mujer.

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Detalle

En principio la idea era únicamente el reflejo, pero luego decidí que esa imagen era perfecta para  una construcción en ruinas donde la piedra, el musgo y el tiempo compartiesen un mismo espacio y un mismo instante.

Tardé bastante tiempo en realizar la composición del cuadro, no tenía muy claro cómo hacerlo, hasta que recordé una visita que hice años atrás al monasterio de Santa María de Oia (Pontevedra), otro de mis lugares favoritos. Rememoré la sensación que tuve al entrar en el claustro abandonado y a partir de ahí elaboré el cuadro.

En septiembre del 2015 estuve recorriendo varias casas abandonadas donde el tiempo se había detenido. Me pasé horas contemplando detalles de cristales rotos, hiedras invadiendo las estancias, musgo acostado en las piedras, puertas resquebrajadas y empapándome de sensaciones.

Y poco a poco el cuadro fue creciendo hasta llegar a convertirse en uno de mis favoritos por todo lo que me transmite y por el recuerdo de aquellos lugares que he visitado para crearlo, instantes que perdurarán en mi memoria y que volverán a mí en las ocasiones que mis ojos reposen en este cuadro.

 

«Monsieur Géricault, su naufragio no es ciertamente ningún desastre.», «La Balsa de la Medusa»

 

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«La balsa de la Medusa». Óleo sobre lienzo, 1818-1819. (491 cm × 716 cm)

 

La Balsa de la Medusa (en francés: Le Radeau de la Méduse) es una pintura al óleo hecha por el pintor y litógrafo francés del Romanticismo, Théodore Géricault entre 1818 y 1819. La pintura se terminó cuando el artista tenía únicamente 27 años y su trabajo se convirtió en un icono del Romanticismo francés. Es una pintura de formato grande (491 cm × 716 cm) y representa un momento posterior al naufragio de la fragata de la marina francesa «Méduse», que encalló frente a la costa de Mauritania el 5 de julio de 1816. Por lo menos 147 personas quedaron a la deriva en una balsa construida apresuradamente y todas ellas, excepto 15, murieron durante los 13 días que tardaron en ser rescatadas y las que sobrevivieron soportaron el hambre, la deshidratación, el canibalismo y la locura. El evento llegó a ser un escándalo internacional, en parte porque sus causas fueron atribuidas a la incompetencia del capitán francés que actuaba bajo la autoridad de la reciente y restaurada Monarquía francesa.

El texto que aparece a continuación está extraído del libro «Una historia del mundo en diez capítulos y medio», de Julian Barnes.

¿Cómo se puede transformar la catástrofe en arte?

Se afeitó la cabeza antes de empezar el cuadro, eso lo sabemos todos. Se afeitó la cabeza para no poder ver a nadie, se encerró en su estudio y no salió hasta que hubo terminado su obra maestra. ¿Qué fue lo que sucedió?

Los supervivientes fueron rescatados de la balsa el 17 de julio de 1816. Dos de ellos, Savigny y Corréard  publicaron su relato de la travesía en noviembre de 1817.

El lienzo fue comprado el 24 de febrero de 1818.

El lienzo fue trasladado a un estudio mayor y tensado de nuevo el 28 de julio de 1819.

El 28 de agosto de 1819, tres días antes de la inauguración del Salón, Luis XVIII examinó el cuadro y dirigió al artista lo que el Moniteur Universel llamó “uno de esos felices comentarios que al mismo tiempo juzgan la obra y estimulan al artista”. El rey dijo: «Monsieur Géricault, su naufragio no es ciertamente ningún desastre”.

El pintor leyó el relato de Savigny y Corréard; los conoció y los interrogó. Reunió un expediente del caso. Buscó al carpintero de la Medusa, que había sobrevivido, y le convenció para que le hiciera una maqueta a escala de la balsa original. En ella colocó muñecos de cera que representaban a los supervivientes. A su alrededor, en las paredes del estudio, puso sus propios cuadros de cabezas cercenadas y miembros amputados para infiltrar el aire de mortalidad. En el cuadro final aparecen retratos reconocibles de Savigny , Corréard y el carpintero.

«Estaba perfectamente tranquilo mientras pintaba», según informó Antoine Alphonse Montfort, el discípulo de Horace Vernet; «había poco movimiento perceptible del cuerpo y de los brazos, y sólo un ligero sonrojo de la cara revelaba su concentración». Trabajaba directamente sobre el lienzo blanco con sólo un tosco bosquejo como guía. Pintaba mientras duraba la luz, con una inexorabilidad que también tenía sus raíces en la necesidad técnica: los óleos que usaba, densos y de secado rápido, obligaban a que cada sección, una vez comenzada, tuviese que terminarse ese día. Como sabemos, se había hecho afeitar los rizos rubio rojizo de su cabeza, como una señal de no molesten. Pero no estaba solitario: modelos, discípulos y amigos continuaban acudiendo a la casa que compartía con su joven ayudante Louis-Alexis Jamar. Entre los modelos que utilizó estaba el joven Delacroix, que posó para la figura muerta tumbada boca abajo con el brazo izquierdo extendido.

Estuvo ocho meses en su estudio. Por esas fechas dibujó un autorretrato,(…)

Debemos recordarle trabajando. Es normal tener la tentación de esquematizar, de reducir ocho meses a un cuadro acabado y una serie de bocetos preliminares; pero debemos resistirnos a caer en ella. (…) De pie ante el Naufragio, trabajaba con intensidad de concentración y necesidad de silencio absoluto: el correr de una silla era suficiente para romper el hilo invisible entre el ojo y la punta del pincel. Está pintando sus grandes figuras directamente sobre el lienzo con sólo un bosquejo como ayuda. Cuando la obra está a medio hacer parece una hilera de esculturas colgadas en una pared blanca.

Debemos recordarle en el encierro de su estudio, trabajando, moviéndose, cometiendo errores. Cuando conocemos el resultado final de esos ocho meses, su avance hacia ese resultado parece irresistible. Nosotros partimos de la obra maestra y vamos hacia atrás examinamos las ideas descartadas y los desaciertos; pero para él esas ideas descartadas comenzaron siendo algo excitante y sólo a final vio lo que nosotros damos por sentado desde el principio. Para nosotros la conclusión era inevitable; para él no. (…) Un cuadro puede representarse como una serie de decisiones etiquetadas, pero deberíamos comprender que éstas son sólo las anotaciones de la sensación. Debemos  recordar los nervios y las emociones. El pintor no es suavemente llevado río abajo hasta el remanso soleado de esa imagen acabada, sino que trata de mantener el rumbo en un mar abierto de corrientes contrarias».

 

Bibliografía:

«La historia de mundo en diez capítulos y medio», Julián Barnes.

«Historia de los grandes cuadros», Charlie Ayres. Ed. Siruela

«Donde el camino acaba»

 

“Los Protectores” es el título de mi libro preferido y tengo el honor de tener a mi hermana como su autora. Lo leo todos los años en otoño y cada vez descubro algo nuevo en él. Este cuadro está inspirado en una escena de ese libro. En él se describe un lugar al que llega uno de los protagonistas de la historia después de un largo camino, siendo consciente de que su tiempo se acaba y decide detenerse allí, al encontrar en ese hermoso paraje sosiego y paz.

«Donde el camino acaba». Óleo sobre lienzo, 2004. (100 x 73 cm)

 

De esta forma se describe en el libro:

Era un hermoso lugar donde los magnolios y las camelias en flor habían crecido espléndidamente alrededor de un pequeño estanque circundado por helechos y hiedras. Las ramas de uno de los magnolios se habían inclinado hacia el agua, adoptando la forma de una cascada y sus flores rosas casi rozaban la superficie en un movimiento susurrante, como si la naturaleza se abrazara a sí misma. Ehsaw se quedó contemplando en silencio aquel paraje. No sabía por qué, quizá fuera por su equilibrada delicadeza o por aquel instante de efímera belleza que no duraría más que unas pocas semanas hasta que las flores se marchitaran  y cayeran, o por el frescor del agua y del viento que lo animaban dándole vida; fuera por lo que fuese, Ehsaw deseó quedarse ahí para siempre, como si un reloj se hubiera detenido para ella, con la conciencia de quien sabe que nunca más volverá a moverse.” (M. Devidara)

El lugar que representa el cuadro no existe, pero sí existe el lugar que lo inspiró: Se trata de un rincón en el Parque de Castrelos, en la ciudad de Vigo. La primera vez que visité ese lugar estaba amaneciendo y los rayos del sol se proyectaban oblicuos sobre el magnolio y el estanque. Una rama se posaba con delicadeza sobre la superficie del agua y la luz de ese momento era irreal. He acudido a ese lugar infinidad de veces a través de los años, pero nunca he vuelto a disfrutar de la luz tan especial que había  aquel día.

La estatua en el estanque representa a Eshaw.

 

 

 

 

«Lamento»

Lamento figurativas

«Lamento». Óleo sobre lienzo, 2015. (160 x 130 cm)

La idea de este cuadro es antigua, de hecho es una versión de un cuadro que pinté en 1998. En aquel momento la idea me encantó, también estaba satisfecha con la composición pero siempre me quedó la sensación de que el cuadro podría ser mejor.

Aunque la composición era equilibrada, las figuras están muy poco elaboradas, demasiado esbozadas. Siempre pensé que era un paso atrás el tener que repetir un cuadro y por eso he pasado los años contemplando ese cuadro, lamentándome de que podía haberlo hecho mejor.

Fue nada menos que el señor Delacroix el que me hizo darme cuenta de que ese razonamiento era una solemne tontería. Delacroix versionaba con frecuencia sus obras, de hecho tiene diversas versiones de muchos de sus cuadros. Era un perfeccionista que no le importaba repetir un tema si con ello se sentía satisfecho. ¿Por qué no hacerlo yo?

Elaborar el cuadro manteniendo la composición original resultó ser complicado porque yo quería ampliar las figuras. Mantener ese tamaño y la disposición de las figuras implicaba un lienzo de un tamaño tan grande que no cabía en mi estudio. Así que mantuve la idea principal de la obra manteniendo la figura central de la sirena y la humana.

Para esas figuras quise retratar a mis hermanas. Ellas posaron para mi en una sesión de fotos bastante divertida.

 

lamento (detalle)

lamento (detalle)

La idea del cuadro original surgió al escuchar una música de la banda sonora original de la película “Titanic”, 1997 (compuesta por James Horner). El tema en concreto es “An Ocean of Memories”. En este tema aparece un lamento, dulce y triste que me llegó al alma. Quise representar la tristeza que sentí dibujando la figura central de una sirena recogiendo en sus brazos el cuerpo sin vida de un humano. Aunque en mitología clásica se las describe como seres malignos, para mi las sirenas se lamentan de la pérdida de la vida ya que vuelve su mundo aún más lúgubre y oscuro.

 

lamento. 1998

«Lamento», versión de 1998.

 

 

 

«La ejecución de Lady Jane Grey», Paul Delaroche, 1834

Pese a ser uno de los cuadros más famosos de la National Gallery de Londres, tengo que reconocer mi desconocimiento pues no sabia de su existencia. La foto la encontré por casualidad buscado cuadros y autores del Romanticismo francés.

A pesar del oscuro tema, el cuadro es una preciosidad, pintado con una delicadeza, un equilibrio y una capacidad narrativa excepcionales. Así que me puse a buscar información y bibliografía para conocer la historia detrás de esta impactante obra que, por algún tiempo, se consideró destruida.

«La ejecución de Lady Jane Grey». Óleo sobre lienzo, 1834.

En la primavera de 1973, un joven restaurador de la Tate Gallery, Christopher Johnstone, estaba escribiendo un libro sobre el pintor romántico inglés John Martin. Quería saber más sobre una obra del autor “The destruction of Pompeii and Herculaneum” (1822). Se pensaba que esta obra fue destruida a causa de una inundación que sufrió la Tate Gallery en 1928. En esa inundación se dañaron muchas obras y otras se destruyeron completamente. El lienzo de J. Martin y “la ejecución de Lady Jane Grey” estaban entre ellas.

Johnstone tenía la corazonada de que la obra de Martin se encontraba “perdida” en los sótanos de la Tate, de hecho, había rollos de lienzos sin catalogar y olvidados en los almacenes y convenció a los restauradores para echar un vistazo. Y así fue como descubrieron el lienzo de Delaroche. Curiosamente no se demostró demasiado interés en un principio y no se terminó la restauración hasta 1975, año en el que se expuso de nuevo. Contrariamente a las expectativas el cuadro fue un éxito y actualmente es una de las “joyas de la corona” de la National Gallery de Londres.

La primera vez que se mostró en público fue en el Salón de París en 1834 y causó un gran impacto. Tuvo una aceptación increíble y el nombre de Delaroche se hizo muy conocido, todo el mundo acudía a ver el cuadro. También tuvo sus  detractores, como el escritor y crítico Théophile Gautier, pero lo cierto es que el lienzo no dejó impasible a nadie.

Delaroche presentaba su cuadro en el Salón con estas palabras:

“Lady Jane Grey, declarada heredera al trono de Inglaterra  por Edward VI fue, después de nueve días de reinado, encarcelada por su prima Mary y condenada a la decapitación seis meses después. Jane grey fue ejecutada en la Torre de Londres a los 17 años, el 12 de febrero de 1554”.

El cuadro muestra a  Lady Jane con los  ojos vendados, a punto de ser ejecutada por un verdugo en una oscura estancia de la Torre de Londres. En la escena Lady Jane es guiada a la pica de decapitación por Sir John Brydges, quien era Teniente de la Torre en aquella época.

Según la narración de la ejecución recogida en la anónima “Crónica de la reina Jane y los dos años de la reina Mary”, en cuanto Jane se situó frente a la pica de ejecución, dijo a los presentes:

“Buenas gentes, hoy vengo aquí a morir, condenada en juicio. La reina María había sido injustamente apartada del trono, injusticia consentida por mi persona. Con este acto, lavaré mis manos en inocencia, ante Dios y antes vosotros, en el día de hoy.”

Entonces, Lady Jane recitó el Salmo 51 , se retiró los guantes que entregó a una doncella. El verdugo le pidió el perdón, y ella se lo dió. Lady Jane le solicitó a su vez  una muerte rápida y le dijo: “una vez posada mi cabeza en la pica, ¿me quitará la venda con la que he de cubrir mis ojos?“, a lo que el verdugo respondió: “No, señora

A continuación, la joven se vendó los ojos. Jane se había resuelto a morir con dignidad, pero una vez tapados sus ojos, falló al intentar localizar la pica por sus propios medios. Este hecho la derrumbó; Jane comenzó a temblar y le invadió el pánico, y gritó: “¿qué debo hacer, dónde está… qué debo hacer?” Tras unos segundos de confusión en los que los acompañantes no reaccionaban, una mano desconocida, probablemente alguien del personal de la Torre, subió a la plataforma y ayudó a Jane a encontrar su camino a la pica, y así conservar su dignidad en sus últimos minutos de vida.

… Y este es el momento que Delaroche elige para contarnos la historia, supo transmitir la vacilación de Jane en ese momento y sobre todo el gesto del teniente de la torre para ayudarla a morir con dignidad. De hecho el gesto con el que la guía me parece uno de los grandes aciertos del cuadro, esa dulzura con la que la conduce está magistralmente descrita.

Las fuentes de inspiración de Delaroche eran muy variadas. En esta obra se mezclan muchos de los intereses que tenía el pintor. Le gustaba la historia inglesa, leyendas medievales, la estética teatral, la obra de Jacques-Louis David y la pintura religiosa.

A Delaroche le importaba mucho la fidelidad a la época histórica a pesar de la licencias artísticas que se tomó (por ejemplo, en aquella época las ejecuciones eran públicas y al aire libre). Desconozco cuando tuvo conocimiento de la historia de Jane, pero se documentó sobre la época, incluyendo un viaje a Londres en 1827 expresamente para visitar el escenario de su lienzo y recabar detalles de la Torre que utilizaría para la pintura.

Estudió la historia de Jane Grey y de la época a través de documentación y grabados ingleses. Uno de estos grabados “La ejecución de la Reina de Escocia” 1795 de William Skelton (según John Opie) contempla una distribución muy semejante a la del cuadro de Delaroche por lo que le acusaron de plagio. Personalmente a pesar de las similitudes, el tratamiento de Delaroche sobre el tema no puede ser más diferente. Más que un plagio yo lo considero una fuente de inspiración.

“La ejecución de la Reina de Escocia” 1795 de William Skelton

El primer boceto que realizó para este cuadro está fechado en 1930, consiste en  una serie de viñetas en las que se esboza la idea.

El método habitual de trabajo de Delaroche consistía en una serie de estudios previos para la obra. Lo iniciaba con una idea general en viñetas. Después elaboraba el boceto con más detalles y definía la situación general de los elementos del cuadro. También realizaba bocetos de los elementos individuales de la composición.

Un siguiente paso consistía en un esbozo a color, (en este caso una acuarela) donde definía los espacios, volúmenes, tonos y la composición general del cuadro.

Después pasaba los bocetos al lienzo definitivo y comenzaba a pintar.

Delaroche utilizaba modelos reales con cierta frecuencia, en este caso la modelo para Jane Grey fue la actriz de la Comédie-Française, Mademoiselle Anaïs, una mujer con la que el pintor mantuvo una relación sentimental. El modelo del teniente de la torre se cree que fue Charles Guyon.

Delaroche sentía debilidad por las “víctimas”, por los mártires y por reflejar los  momentos en los que sus personajes se vuelven vulnerables. Ejemplos como Jane Grey, “Marie-Antoinette ante el tribunal” (1851), “Strafford en su camino a la ejecución” (1835). “Napoleón en la víspera de su primera abdicación, el 4 de abril de 1814” o “Juana de Arco en prisión” (1824) así lo reflejan. Nos mostró los momentos de derrota de grandes personajes, un instante de debilidad que el genio de Delaroche inmortalizó transformándolos en belleza.

 

Bibliografia:

«Painting history: Delaroche & Lady Jane Grey» Stephen Bann y Linda Whitely. Ed. National Gallery, 2010