«El Viaje»

Recuerdo perfectamente la primera vez que caminé por una vía abandonada. Fue un descubrimiento casual que me dejó una sensación que ha permanecido en mi memoria a través de los años. En ella se mezcla la admiración por la belleza de ese paisaje, la tristeza por el abandono pero, sobre todo, la impresión de poder caminar por ella con la ilusión de no tener final. Podía recorrer ese sendero de forma indefinida. La vía, en mi imaginación, no acababa.

Obviamente ese pequeño viaje acabó pero no ese sentimiento de un viaje infinito que me ha acompañado desde entonces y me acompañará hasta el fin de mis días. Cada vez que me encuentro con una vía muerta, revivo esa sensación.

«El viaje», óleo sobre lienzo, 2017 (116 x 73 cm)

Una de las cosas que más me gustan a la hora de planificar un cuadro, es ir a buscar los emplazamientos o los elementos con los que componer la obra. Para esta pintura visité con frecuencia una vía de tren abandonada, localizada en la provincia de Pontevedra, en concreto en un lugar llamado Chapela. Actualmente los travesaños de la vía han sido retirados para construir una senda verde. Para mi es una lástima que haya desaparecido ya que el lugar contaba con un encanto especial, donde aún se podía imaginar el sonido del tren y a los pasajeros asomándose para contemplar la preciosa ría, ya que discurría muy cerca del mar. Por fortuna llegué a tiempo de fotografiarla.

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Exposición: «La historia detrás del cuadro»

 

El 8 de diciembre de 2017 se inauguró en Pontevedra la exposición titulada «La historia detrás del cuadro» donde presenté las últimas obras que he pintado.

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El título de la muestra hace referencia a la idea de que los cuadros cuentan una doble historia.  Por un lado la que narra la propia pintura y por otro lado la historia que no se ve: el proceso de creación del cuadro. Con esta exposición pretendo mostrar una pequeña parte de ese proceso, desde que surge una idea hasta su resultado final. Por todo ello la muestra se compone no solo de la obra terminada, sino de bocetos y fotografías que ilustran el desarrollo del cuadro en sus estadíos iniciales e intermedios.

 

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Presentación del cuadro «Algosh» con el boceto y fotografías del proceso.

 

Resulta una forma bastante interesante y poco conocida de contemplar la obra de un autor. Las personas que han acudido a verla se han mostrado sorprendidos y encantados con esta forma de disfrutar de la pintura y sus comentarios han resultado muy gratificantes para mi.

 

La temática de esta muestra gira en torno a la idea de cómo el paso del tiempo modifica las creaciones de los seres humanos, así como en nuestra eterna lucha contra el Olvido.

 

http://www.farodevigo.es/portada-pontevedra/2017/12/09/pintora-burgalesa-cinhalam-inaugura-historia/1800730.html

http://www.noticiasgalicia.com/index.php/cultura-pontevedra/41185/la-pintora-cinhalam-presenta-su-nueva-exposicion-titulada-la-historia-detras-del-cuadro

 

“Nos alcanza el tiempo”

«Nos alcanza el tiempo», óleo sobre lienzo, 2021, (50 x 100 cm)

El transcurrir del tiempo provoca cambios en todo aquello que nos rodea. La maleza crece, la lluvia y el viento erosiona la piedra, la vida evoluciona, se desarrolla y perece. El tiempo nos alcanza a todos, nos transforma y nos convierte en “ruinas”. Una parte de nosotros permanece anclada a los rincones en los que vivimos, en donde sentimos, en los lugares que nos vieron crecer.

Esta obra es una metáfora de ese transcurrir del tiempo. Los estragos visibles e invisibles de ese devenir se muestran aquí con la transformación del cuerpo en piedra, tornando la suavidad de la piel en la aspereza de la piedra. Aunque hay muchas formas de enfrentarse a las consecuencias del devenir del tiempo, la postura de la figura, su semblante tranquilo, refleja aceptación al ser consciente de la natural transformación que a todos los seres vivos nos llegará.

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Iván Aivazovsky: “El mar es mi vida”

 

Una de las características más bellas del mar es que nunca es igual. Es una misteriosa, vasta y solitaria masa de agua que cambia con cada luz, con cada viento. Podemos contemplarlo con un color azul intenso en un día de verano o de un gris difuminado en un día de lluvia. En ocasiones refleja la luz de la luna de forma tan suave que la superficie parece de plata. De igual forma el reflejo del sol al atardecer sobre sus aguas las transforma en oro. Desde la costa lo percibimos siempre diferente pero en alta mar es aún más cambiante.

«Venecia de noche»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

«Laguna de Venecia por la noche»

Iván Aivazovsky siempre estuvo enamorado del mar. Sus pinturas nos mostraron el océano en todas sus variantes posibles. Desde un mar en calma frente a la costa, hasta un mar embravecido en mitad de una tormenta. Desde la serenidad de una playa por la noche a la desesperación de una batalla en alta mar.

«Vista de Constantinopla», 1846

«Contrabandistas», 1884

Aivazovsky nació en Feodosia (Crimea, 1817) pero era de origen armenio y procedía de una familia muy humilde. Fue un artista que subió a lo más alto en el mundo del arte. Fue reconocido como uno de los más grandes artistas de su tiempo y recorrió medio mundo mostrando su obra y recibiendo los más altos honores y reconocimientos. Como ejemplo fue el único representarse del arte ruso que, en su tiempo, participó en la Exposición Internacional organizada en el Louvre, siendo el primer artista extranjero en convertirse en un Caballero de la Legión de Honor. Asimismo, una de sus obras fue adquirida por el papa Gregorio XVI para formar parte de la colección permanente del Vaticano.  A pesar de ello nunca olvidó sus orígenes y utilizó parte de su fortuna en obras sociales a favor del pueblo armenio, su pueblo.

Poco conocido es el hecho de que no tenía interés especial en mostrar su obra, pero sabía que era muy cotizada y él necesitaba grandes cantidades de dinero para realizar sus  labores sociales, tales como construir escuelas, edificar iglesias, fundar una escuela de arte o colaborar en el desarrollo del ferrocarril.

Nació al lado del mar y toda su vida estuvo vinculado a el. En la época de Aivazovsky la Armada Rusa era muy poderosa. El pintor acompañó al ejército en numerosas maniobras navales durante gran parte de su vida.  En estas experiencias pudo contemplar el mar en unas circunstancias poco habituales. Fue testigo de entrenamientos para batallas pero también de enfrentamientos reales como la Guerra de Crimea (1853-1856) donde pintó escenas de batalla en la sitiada fortaleza de Sebastopol. En 1844 fue nombrado el artista oficial de la Armada Rusa para pintar paisajes marinos, escenas costeras y batallas navales.

«Batalla de Chesmensky», 1848

«La batalla de Navarion», 1846

Su forma de trabajo consistía en pintar sus cuadros directamente en el lienzo sin ningún boceto previo. Aplicaba sucesivas veladuras consiguiendo una gran transparencia en el agua y en el cielo. La memoria de Aivazovsky era prodigiosa ya que nunca realizó sus cuadros contemplando el mar. Rogachevsky escribió: «su memoria artística era legendaria, fue capaz de reproducir lo que había visto solo por muy poco tiempo, sin siquiera dibujar bocetos preliminares”.

Entre toda su extensa obra (6.000 pinturas catalogadas), llama la atención los numerosos cuadros en los que describe las vicisitudes de náufragos. Quizás se deba al hecho de que él mismo tuvo una experiencia como tal y le preocupaba sobremanera la suerte que corrían aquellos que se perdían en el mar, así como le gustaba representar una esperanza a través de luces que se abren entre las nubes. Una de estas obras, “La novena ola”, está considerada como el cuadro más bonito de Rusia.

«La novena ola», 1850

 

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«Paisaje marino nocturno con naufragio», 1863

«Vista del mar a la luz de la luna», 1875

No sólo fue un gran artista, fue un hombre excepcional que demostró su amor por su tierra, por su gente y por su mar. Un hombre que se mantuvo fiel a si mismo durante toda su vida, a su forma de pintar y a su forma de expresarse con la pintura. En una etapa de su vida fue criticado por no querer evolucionar a las corrientes artísticas nuevas de su época que abandonaban el concepto del Romanticismo por el Realismo.

Iván Aivazovsky pintaba lo que amaba, lo que sentía, las experiencias que vivía.

Reflejó su alma en el mar que pintaba.

 

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Bibliografía:

Kendall Miccoli, «Aivazovsky: Paintings» (2015)

Esperanza Guillén, «Naufragios: imágenes románticas de la desesperación»  (2004)

Enlaces de interés:

Catálogo donde se pueden contemplar 700 obras:

http://www.art-catalog.ru/gallery.php?id_psort=2&id_pview=2&count_pic=-1&id_artist=10

Biografía escrita por Shaen Hachatryan:

http://www.tanais.info/art/en/aivazovskyab.html

Proyecto interactivo realizado con el motivo del segundo centenario de su nacimiento:

https://www.behance.net/gallery/48366003/Ivan-Aivazovsky-Anniversary-concept

«Peregrinos yendo a La Meca», Léon Belly, 1861.

El descubrimiento de otros parajes, otros pueblos y culturas que difieren de lo que estamos acostumbrados a ver despiertan nuestra curiosidad  y abren nuestra mente. Los viajes, en definitiva, fomentan nuestra imaginación y desarrollan nuestra creatividad.

Una de las fuentes de inspiración más importantes que existen es precisamente esa: el conocer nuevos lugares.

Léon Belly (1827-1877), fue un pintor francés fascinado por el mundo exótico y desconocido de Oriente, al igual que les sucedía a muchos de sus contemporáneos. Su primer viaje a esas tierras fue en 1850, acompañado de  otro pintor, Léon Loysel. Ambos participaban en una misión científica con el objeto de estudiar la geografía local. En este viaje bordearon el Mar Muerto y empezó a plasmar en sus obras lo que veía y sentía. Entre octubre de 1855 y 1857, Belly visitó Egipto en dos ocasiones y el desierto del Sinaí.

Existen multitud de cuadros que reflejan el mundo de Oriente, sus costumbres, colores y  exotismo, pero esta obra es única. Describe un tema muy ambicioso y complejo: la representación del peregrinaje a La Meca de una larga caravana de fieles que atraviesan el desierto.

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«Peregrinos yendo a la Meca», 1861.

La composición de la obra transmite grandeza y equilibrio. La columna de peregrinos, aparentemente infinita, forma una pirámide que alcanza la parte superior de la imagen donde se encuentra la figura del guía, con semblante seguro y confiado,  y retrocede a través de una llanura interminable, desprovista de color y de sombra.

A diferencia de otras imágenes idealizadas por el Romanticismo, esta obra ofrece un retrato más realista de los peregrinos como individuos, aunque a este respecto hubo críticas sobre todo por el hecho de que la figura del guía aparezca con el torso descubierto, algo impensable bajo el sol abrasador.

Uno de los grandes aciertos de esta obra, que ha fascinado a quienes la han contemplado, es el tratamiento de la luz.  Belly era especialmente sensible a la diferente luz y color que existe en el desierto como él  mismo escribía a su madre:

“El color y los contornos del paisaje tienen una belleza que me deja sin aliento. No hay palabras para describir el maravilloso colorido y la armonía que existe entre un cielo violeta, la arena teñida de púrpura y oro contra un mar turquesa”.

Se mostró por primera vez al público en el Salón de París de 1861 donde obtuvo una Medalla de Primera Clase, el mayor galardón. Ya entonces fue considerada una de las obras maestras de la pintura de temas orientales. El cuadro fue comprado por el Estado francés  y expuesto en el museo de Luxemburgo hasta 1881. Actualmente se exhibe en el Museo de Orsay, en París.

El público fue especialmente sensible al audaz efecto producido por el largo séquito que avanza hacia el espectador. Un crítico afirma además, que «de regreso del Salón, parecía que cada visitante hubiese formado parte de la caravana». Sin embargo, se alzaron voces discordantes. En la Gazette des Beaux-arts, un observador reprocha a Belly no haber respetado algunas convenciones: «Los Peregrinos yendo a la Meca presenta un grupo demasiado compacto tal vez y la proporción de los camellos es exagerada, en relación con la figura humana».

Aunque la gran importancia fue la originalidad al escoger el tema y el tratamiento de la luz, Belly  pretendía lograr otro significado que la mera representación de un acontecimiento religioso. El pintor creía que había una religión universal y una sola fe en el mismo Dios. Por ese motivo se piensa que los tres personajes situados a la izquierda del cuadro: un hombre de pie acompañando a una mujer con su niño, montada en un burro, representan a la Sagrada Familia, según afirma el autor P. Wintrebert en su tesis sobre el pintor, escrita en 1974.

Esta obra pudo verse en la exposición temporal “El canto del cisne. Pinturas académicas en el Salón de París” celebrada  en Madrid en 2015.

 

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http://exposiciones.fundacionmapfre.org/exposiciones/es/elcantodelcisne/exposicion/#

Bibliografía:

“The Sahara: A Cutural History”, Eamonn Gearon. 2011.

“The orientalist, painter-travellers”, Lynne thornton.

 

István Sándorfi: Cuando la fuente de inspiración es uno mismo

“Si bien es cierto que un artista y su obra son evidentemente indisociables, sería un error pensar que István era el reflejo de sus pinturas: perverso, violento, egocéntrico, asocial. Era todo lo que su obra no era.” (Ange Sándorfi)

La pintura, como cualquier otra manifestación artística, es una forma que tiene el artista de expresarse y sacar a la luz su mundo interior. En el caso de István Sándorfi, esa forma de expresión era llevada al límite definiendo y condicionando toda su vida.

De entre todo su magnífico legado, no he sido capaz de escoger una única obra con la que mostrar, como he hecho con otros autores, sus fuentes de inspiración. Su inspiración eran sus propios sentimientos y no puedo limitarme a mostrar una sola obra.

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«Les palettes d’oxymel», 1997-1998

 

A István no le gustaba que le definiesen como un pintor hiperrealista, en realidad, negaba cualquier encasillamiento de su obra: “No tengo el menor interés por las clasificaciones que intentan meter a los artistas en compartimentos o, mejor, en ataúdes, para enterrarlos en un cementerio de referencias, de forma que la gente tenga la impresión de que así conoce la historia de la pintura. La pintura no es una cuestión de conocimientos, sino de sensibilidad, y eso no se enseña ni se aprende.”

Una característica de sus pinturas es que, en  la práctica totalidad de sus cuadros, aparecen partes de los cuerpos desdibujadas, borradas de forma intencionada o incluso ausentes. Respecto a este tema él afirmaba: “Es una forma de mostrar que pinto el espíritu, no el rostro.  El rostro es solo una herramienta a través de la cual puedo expresarme. Yo siempre expreso lo mismo: a mí mismo. El tema es  un pretexto, una excusa. El espíritu y los sentimientos no pueden pintarse o expresarse. Son conceptos abstractos. Necesito un vehículo que pueda utilizar para mostrar mi espíritu. La deformación se  utiliza normalmente cuando no eres capaz de expresarte completamente a través del realismo, ese es el motivo de la distorsión”.

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«Scène d’intèrieur- Le pardon», 1987

 

Cuando en una entrevista le preguntaron cómo surgía una idea en su mente para plasmarla en el lienzo,  István respondió: “No hay ideas, no me gusta la palabra ‘idea’, después de todo, siempre pinto lo mismo”.

En su primera etapa, y durante quince años, István representó exclusivamente su propia imagen. Distintas posiciones y expresiones muy forzadas, su cuerpo fragmentado, obras muy agresivas e inquietantes. Solo se pintaba a sí mismo, él era su único modelo, acción que llevó a que le clasificaran  como un autor narcisista y sadomasoquista. Una calificación que le hirió profundamente porque su intención no era recrearse en su propio cuerpo, él pretendía expresar sus sentimientos, sus emociones, sus sentimientos. “Pinto el espíritu, mi propio espíritu”.

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«Sweet home», 1985

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“Mi cuerpo era una herramienta para expresar una individualidad, no a mí mismo sino a la individualidad de cada ser. Fue un malentendido muy doloroso. Después de eso solo he pintado a mujeres. No pinto mujeres porque me parezcan bellas, aunque sí me lo parecen, sólo utilizo modelos femeninos para no crear pinturas crueles porque conducen, o al menos pueden conducir, a malentendidos”.

Aunque no le gustaban los tópicos lo cierto es que incansablemente repetía ciertos temas e iconos en su obra. Pero él transformaba estos elementos otorgándoles un nuevo significado. Por ejemplo, si pintaba unas gafas, cubría los cristales con una capa de pintura opaca con lo que las gafas tradicionales perdían su función convirtiéndose en una metáfora.

 

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«Le silence d’Adele»

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«Angelus Nepharene»

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«Madeleine»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Llama la atención elementos comunes en sus cuadros,  además de la representación insistente de su propio cuerpo,  múltiples retratos femeninos cuya característica común es envolver sus cuerpos con una “capa”, como él definía a las telas que utilizaba, para que no reflejase ninguna época concreta, para que fuesen seres atemporales.

Otros elementos característicos de su obra son la representación de  sus “herramientas” para la creación; caballetes, su paleta, pinceles, el reverso de sus lienzos  y, sobre todo,  la pintura material con la cual “mancha” a sus modelos.

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«Alizarine», 1994

 

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«Hommage á Nepharene», 1993

Él fue su propia fuente de inspiración… Si bien todos los artistas expresamos nuestro mundo interior, solemos inspirarnos también en el mundo exterior, en nuestras vivencias, en nuestras impresiones sobre el mundo que nos rodea. Algunos autores vuelven sus ojos hacia la historia,  la religión o la mitología.  Otros  beben de la literatura o de la naturaleza, pero  István solo tenía que encerrarse en su estudio y extraer su inspiración desde su propio yo interior.

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«Pascalange», 1997-2004

 

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Bibliografía:

  • “István Sandorfi, la pintura nunca muere”. Catálogo de la exposición realizada en el Museu Europeu d’ Art Modern (MEAM). Barcelona, septiembre de 2016. Ediciones de la Fundación de las Artes y los Artistas.
  • Entrevista realizada por la galería “Kálmán Makláry Fine Arts” en 2006. https://www.youtube.com/watch?v=xzx4jpAhAcw                                    https://www.youtube.com/watch?v=uF9EVeADKDo

 

 

Elhare descubriendo el fuego

 

La luz que proyecta la luna sobre el mar y sobre la tierra fue lo que despertó en mí las ganas de pintar este cuadro. La forma en la que el mar se ilumina, cómo la luz se refleja en la piel, en el cabello, en los ropajes y en la tierra.

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«Elhare». Óleo sobre lienzo, 2000. (160 x 130 cm)

 

La idea se me ocurrió paseando por una playa en una noche de luna llena, observando los juegos de luces y sombras que se dibujaban sobre el agua. Jugar con la luz de la vela y de la luna me pareció estimulante. Siempre me ha gustado el mundo de las sirenas, me gustan como seres mágicos, aunque no las historias mitológicas clásicas porque se las describe como criaturas malignas. Hacía tiempo que tenía la idea de pintar a una sirena descubriendo el fuego, como curiosidad diré que la idea me la dió una canción de la película de animación “la sirenita” de Walt Disney, 1989.

La modelo que utilicé para la sirena es mi hermana, aunque no es exactamente su retrato. La figura humana soy yo. Usé una serie de espejos para poder copiarme a mí misma de espaldas.

Pasé muchas horas contemplando el mar bajo la luz de la luna; observé el color de mi piel, de mi pelo y el de mis ropas, así como el color del mar y de las rocas. Estudié también la luz de una vela, observaba el modo en el que se proyectaba en mi cara y en mi mano y cómo influía en un paisaje nocturno. Incluso, aunque parezca ridículo, estuve observando la cola de un pez a la luz de la luna porque… ¿cómo es un pez por la noche iluminado con esa luz?, ¿brillará o no? ¿de qué color es?. Conocer esos pequeños detalles es lo que hace posible que un cuadro sea tal cual es.

 

Homenaje a Goethe, Gustav Eberlein, 1904

Existen momentos de la Historia en la que nacen seres excepcionales los cuales dejan una huella imborrable para generaciones posteriores. Estas personas inspiran la vida y el trabajo de muchas almas mucho después de que ellos hayan desaparecido. Uno de estos hombres fue el dramaturgo alemán Johann Wolfgang von Goethe, considerado uno de los hombres más inteligentes y polifacéticos de todos los tiempos. Escritores, pintores, escultores y filósofos honraron su memoria con su trabajo posterior.

Un ejemplo se encuentra en la Villa Borghese, en Roma. En este lugar se alza un monumento dedicado a Goethe. Está formado por una escultura que representa al escritor de pie sobre una columna. En la base de esta  hay tres grupos escultóricos que evocan  su poesía.

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«Homenaje a Goethe», Gustav Eberlein. Villa Borghese, Roma.

Me impresionó, sobre todo, la fuerza y la expresividad uno de ellos: el que representa la obra “Ifigenia en Táurida”. La escultura ilustra el momento en el que Orestes, hermano de  Ifigenia, le  confiesa  el matricidio que ha cometido. La desesperación de él, el gesto de desprecio de ella me parecieron magistrales, me impactaron por la exquisita expresividad que de ellos se desprende.

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Ifigenia y Orestes

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Otro grupo escultórico, situado en el extremo izquierdo,  representa dos personajes de la novela “Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister”,  Mignon y el viejo arpista Lotario. El tercer grupo personifica  a Fausto y Mefistófeles, protagonistas de la más famosa obra escrita por Goethe, “Fausto”.

Fausto y Mefistóteles

Fausto y Mefistóteles

MIgnon y Lotario

Mignon y Lotario

 

Esta obra fue esculpida en 1904, por Valentino Casali, en Berlín, siguiendo los modelos elaborados por el escultor alemán Gustav Eberlein (1847-1926) y donado a la ciudad de Roma por el emperador Guillermo II de Alemania.

Una de las inquietudes de Goethe respecto al arte, a los sentimientos, a  la vida misma era que todo tenía que tener forma. Para él una experiencia vital debía ser descrita y, como escritor, daba forma a sus sentimientos y sus experiencias expresándose a través de la palabra escrita. Son conocidas sus  cartas dirigidas a sus amigos, a su hermana o a sus mentores en las que compartía sus inquietudes y vivencias. En muchas ocasiones esas reflexiones escritas le sirvieron para construir sus obras posteriormente. En el prólogo del libro “Goethe, la vida como obra de arte”, el autor, Rüdiger Safranski describe así esta idea: “…Para él todo había de tener forma. O bien la descubría, o bien la creaba en el vaivén cotidiano de los seres humanos, en las amistades, en cartas y conversaciones. Era un hombre de rituales, símbolos y alegorías, un amigo de insinuaciones y alusiones, y, sin embargo, también quería llegar siempre a un resultado, a una forma, a una obra.”

¿Y qué mejor manera de dar forma a una idea o, en este caso, a los personajes imaginados por Goethe que utilizando el arte de la escultura? Una obra escrita se transforma en una obra escultórica reafirmando una idea y una inquietud que acompañó a Goethe a lo largo de toda su vida.

 

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Bibliografia:

“Goethe a Roma: Un grande poeta nell’Italia del Settecento”. Paola Giovetti

“Goethe, la vida como obra de arte”.  Rüdiger Safranski

«Desafiando al Olvido»

 

Caminar entre las ruinas de un edificio abandonado, construido hace tiempo por seres que ya no existen, me transmite una sensación extraña. Por un lado siento nostalgia y tristeza por aquello que se ha perdido. Por otro lado me admira la belleza de esos restos que aún se anclan en el presente, irguiéndose inexorables, desafiando  al tiempo.

Esos fragmentos rotos me recuerdan un pasado y su presencia destierra el olvido que de otra forma habría conquistado ese lugar. No existe olvido mientras existan vestigios que nos recuerden el pasado.

La existencia de esos recuerdos me reconforta, me da serenidad y el espíritu de esos lugares hace que el tiempo se detenga en los instantes en los que mis pasos recorren el lugar.

Me fascinan las ruinas y lo que ellas me transmiten…

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«Desafiando al Olvido». Óleo sobre lienzo, 2016. (116 x 81 cm)

 

Este cuadro es el primero que pinto sobre este tema, y no será el único. Hace tiempo que deseaba introducir estas ideas en mi obra, aunque este lienzo es muy diferente a como lo imaginaba en un principio.

Existe un edificio que me encanta recorrer, está en muy mal estado pero la perfecta estructura de sus muros refleja la magnificencia de esa construcción. Se trata del Pazo de Lourizán, en la provincia de Pontevedra. Un impresionante palacio diseñado por el  arquitecto  Jenaro de la Fuente (1851-1922). Puedo pasarme horas recorriendo los exteriores de ese lugar (no se permite la entrada al interior).

Hubo un día en el que paseaba delante de la fachada. En ese instante los rayos del sol iluminaban  un punto en concreto donde podía observar mi propia imagen reflejada en las puertas del palacio. Me encantó la luz de ese reflejo y supe que quería pintarlo, aunque no mi autorretrato, sino la imagen de una mujer.

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Detalle

En principio la idea era únicamente el reflejo, pero luego decidí que esa imagen era perfecta para  una construcción en ruinas donde la piedra, el musgo y el tiempo compartiesen un mismo espacio y un mismo instante.

Tardé bastante tiempo en realizar la composición del cuadro, no tenía muy claro cómo hacerlo, hasta que recordé una visita que hice años atrás al monasterio de Santa María de Oia (Pontevedra), otro de mis lugares favoritos. Rememoré la sensación que tuve al entrar en el claustro abandonado y a partir de ahí elaboré el cuadro.

En septiembre del 2015 estuve recorriendo varias casas abandonadas donde el tiempo se había detenido. Me pasé horas contemplando detalles de cristales rotos, hiedras invadiendo las estancias, musgo acostado en las piedras, puertas resquebrajadas y empapándome de sensaciones.

Y poco a poco el cuadro fue creciendo hasta llegar a convertirse en uno de mis favoritos por todo lo que me transmite y por el recuerdo de aquellos lugares que he visitado para crearlo, instantes que perdurarán en mi memoria y que volverán a mí en las ocasiones que mis ojos reposen en este cuadro.

 

“Abadía en el robledal”. Caspar David Friedrich, 1809

 

La sobrecogedora atmósfera que se observa  en este cuadro fue lo primero que llamó mi atención. La bruma, la franja de luz entre la oscuridad, las ruinas, los árboles erguidos desafiando tanto  a los hombres como a lo que construyeron en el pasado…  Me impactó.

 

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«Abadía en el robledal». Óleo sobre lienzo, 1809.

 

“Abadía en el Robledal” fue una de las primeras obras al óleo de Friedrich. La pintó en 1809 cuando contaba con 35 años, junto con “Monje a la orilla del mar”. Ambas obras se presentaron en la Academia de Berlín en 1810 con un gran éxito en general, especialmente por la innovadora forma de representar el paisaje. También tuvo importantes detractores como Goethe  quien escribió: “Todo esto es una negación de la Vida… La muerte … la muerte en una escena invernal… los monjes, fugitivos de la Vida… el ataúd, el monasterio en ruinas… no puedo soportarlo”. Sin embargo esta obra causó una impresión contraria en el poeta Theodor Körner,  amigo del pintor,  ya que le inspiró dos poemas:  “los robles”, escrito en 1810 después de la exhibición de Berlín y  “Friedrich´s Landscape of the dead”.

Gran parte de la obra más temprana de Friedrich expresa su obsesión por la muerte, la soledad y el inexorable paso del tiempo. Hay que comprender esto desde su biografía, su madre murió cuando  tenía siete años. Más tarde sus dos hermanas y su hermano (un año menor que él), que murió ahogado al salvar al propio Friedrich cuando cayó en el hielo siendo un niño.  Su padre falleció posteriormente cuando el pintor estaba realizando esta obra. No analizaré ni la obra ni el simbolismo del cuadro, no es el objetivo de este blog pero os dejo un interesante enlace en donde si lo explica:

http://histartgazer.blogspot.com.es/2012/06/abadia-en-el-robledal-un-sublime.html

Este blog trata de la inspiración que embarga a los artistas a la hora de crear sus obras, por ello voy a centrarme en como un lugar concreto (la abadía) o un elemento determinado (los robles) inspiran a Friedrich de tal forma que ambos motivos  se repiten a lo largo de toda su carrera.

Las ruinas reflejadas en esta obra están inspiradas en la ruinas de la abadía de Eldena, en Greifswald (Alemania), ciudad natal del pintor. Dicho monasterio, fundado en 1225 y construido hasta 1400, fue abandonado por los monjes en 1553. Desde 1665 servía de cantera, por lo que a comienzos del siglo XIX era ya una ruina irrecuperable.

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Ruinas de Eldena

Friedrich visitaba este lugar con frecuencia y su imaginación lo trasformaba de múltiples formas, dotándole de una magia y una personalidad difícilmente igualables.

Algunos ejemplos de estas obras son:

  • “Ruina con monje” (1800)
  • “Ruina con la luz del fuego” (1800)
  • “Dos estudios para Eldena”, septiembre de 1800. Lápiz sobre papel
  • «Cementerio con las ruinas de una iglesia», (1800).  Pincel y sepia, 13,8 x 20,3 cm

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  • «Paisaje de invierno con ruinas de una iglesia»,  (1807-1808).   Destruido en 1931.

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  • «La abadía de Eldena en Pomerania», (1820)   Lápiz, tinta y acuarela.    Colección de Georg Schäfer

ruinas de eldena, 1825, lapiz, tinta y acuarela

  • «Ruinas de Eldena», (1825)  óleo sobre lienzo, 35 x 49 cm

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  • «Invierno» (1826). Tinta china, 19 x 27 cm

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  • «Ruinas de Eldena y la Montaña de los Gigantes», (1830-1834). Óleo sobre lienzo, 73 x 103 cm

Cloister Ruin Eldena and the Riesengebirge (Mountains), 1830-35 (Pommersches Landesmuseum

Esta otra obra no describe las ruinas de Eldena, pero la inspiración es la misma, ruinas de construcciones góticas.

  • “Ruinas de un monasterio en la nieve” (1818). Óleo sobre lienzo, 120 x 171 cm Desaparecido en 1945 durante la Segunda Guerra Mundial

FOTO DE CUADRO PERDIDO

La atracción de Friedrich por las ruinas es evidente y yo la comparto. Caminar por edificios en ruinas, especialmente tan grandiosos como pueden ser los monasterios, es una experiencia para mi muy intensa. La sensación de soledad o de nostalgia que producen se entremezclan con una sensación de paz y serenidad al ser consciente de que las ruinas son los vestigios de una civilización, pero estos vestigios destierran el olvido que es intrínseco a la muerte.

No hay olvido mientras existan signos que nos recuerden el pasado.

 

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Bibliografia: Caspar David Friedrich and the Age of German Romanticism”  (Linda Siegel)

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