Tempus fugit

Cuando me senté a escribir este post no tenía ni idea de por donde empezar. No recordaba que es lo que me impulsó a desarrollar esta idea, a pesar de que es uno de los cuadros más personales que he hecho hasta la fecha. Quizás esta obra sea la consecuencia de una sensación. Una primera sensación seguida, probablemente, de varias más.

«Tempus fugit» Óleo sobre lienzo, 2023 (50 x 126 cm)

El primer instante al que me refiero ocurrió en una de mis salidas al monte.  Me encanta explorar los diferentes parajes y bosques que voy encontrando y en uno de estos paseos  me tropecé con una vía de tren abandonada. Me fascinó observar esos raíles tan cerca así que subí sobre los travesaños y comencé a recorrerla lentamente. Se extendía por una explanada que atravesaba varios prados, cruzaba un rio y discurría entre pequeñas masas de árboles. Según iba caminando llegó  un momento en el que perdí la noción del tiempo. Tuve la sensación de que la vía  no se acabaría nunca, podría seguir caminando y caminando porque no había un final. Por supuesto sabía que inevitablemente la vía terminaría pero esa sensación tan engañosa me hizo comparar ese camino con la propia existencia humana. Al igual que la vía del tren, nuestra vida tiene un comienzo y un final aunque no seamos capaces de recordar su inicio ni ver su desenlace. Somos conscientes  que nuestra vida se acabará y a pesar de ello vivimos con la sensación de que somos imperecederos  y actuamos erróneamente en consecuencia.  Por ese motivo muchas veces dejamos transcurrir los días, los meses y los años, sin prestar atención al paisaje que nos rodea, perdiéndonos muchas cosas que, en nuestra ilusión de ser eternos, morimos sin haber vivido, o malgastamos nuestro valioso tiempo en actividades que no nos hacen ni felices ni nos aportan  nada valioso, ni a nosotros ni a las personas que comparten nuestro  camino.

Y por ese motivo es tan importante en la obra la presencia de la vía de tren, que simboliza la línea del tiempo, entrelazando el pasado, el presente y el futuro.

Otro elemento que he utilizado para describir el transcurso del tiempo es el reloj de arena. Siempre me han encantado esos los relojes. Me parecen una forma preciosa y sencilla de medir el tiempo, así que los he empleado de diferente forma según el momento que señala cada uno. El reloj del pasado concentra toda la arena en la parte inferior, puesto que su tiempo ha concluido. En el presente la arena está discurriendo en este mismo instante. Y del futuro nada se sabe, ni siquiera si existirá, por ello el reloj de este cuadro es diferente en forma y también en la “arena”, la cual está indefinida, dispersa en la parte superior del reloj.

Reloj que representa el Pasado.
Reloj que representa el Presente.
Reloj que representa el Futuro.

He utilizado para esta obra el formato de tríptico, algo que no había hecho anteriormente pero que resulta muy adecuado para desarrollar esta idea. La intención es que cada una de las partes tenga una identidad propia y pueda verse y entenderse de forma individual, aunque cobre su sentido completo al verse en conjunto.

«Ille fuit«

El transcurso del tiempo diluye los recuerdos. La imágenes que nuestra memoria  nos muestra son difusas, como si estuviésemos evocando un sueño.  En otras ocasiones los recuerdos son tan nítidos que parece que los estamos sintiendo en el presente.  Esa ambigüedad también he querido representarla en esta obra, existiendo un importante contraste entre la nitidez de la vía y la figura, con el fondo muy difuminado. La ausencia de color nos indica un tiempo que ya no existe.

«Ille fuit» Óleo sobre lienzo, 2023 ( 50 x 26 cm)

Para pintar el pasado utilicé una antigua fotografía en blanco y negro de cuando yo era niña. Curiosamente recuerdo el instante en el que mis padres la tomaron ya que yo estaba absorta caminando por un prado observando las flores silvestres y me sobresalté cuando ellos me dijeron que estuviese quieta para sacar la foto. La verdad es que ni me hubiese enterado de que tomaban la fotografía. Precisamente por los pocos recuerdos que conservo de mi infancia, tengo mucho cariño a esa imagen y por eso me apeteció mucho emplearla como base para este cuadro.

«Ille est»

Nuestra vida es aquí y ahora, es lo más importante porque es lo real, lo que experimentamos en el momento actual. El cuadro del presente quiere representar la Vida y lo hace a través del color, del movimiento, de las montañas y la vegetación,  de la acción, pero también de la conciencia.  Ella nos mira con intensidad, con alerta, su mirada nos advierte que el tiempo se escapa entre los dedos y que hay que aprovecharlo, hay que vivirlo. Esa idea es tan importante que he querido recalcarla colocando un segundo reloj de arena en el fondo

El libro abierto nos indica  que está escribiendo su historia en ese instante.

«Ille est» Óleo sobre lienzo, 2023 (55 x 50 cm)

«Ille erit»

Aunque técnicamente es la parte más sencilla del tríptico, fue la que más me costó pintar. No tenía muy claro como representar el futuro, lo que si tenía muy claro es que quería transmitir una sensación de indeterminación, incertidumbre e irrealidad. El futuro es un misterio y nada sabemos de él, por ese motivo he querido que la figura esté simplemente esbozada, sin color, sin realizar ningún movimiento salvo abrazar el libro que representa su historia.

«Ille erit» Óleo sobre lienzo, 2023 (50 x 26 cm)

Pedí a varias personas cercanas a mi su opinión respecto al tríptico y me sorprendió, sobre todo, las sensaciones tan dispares que provocaban el cuadro del futuro. Sus impresiones oscilaban entre la sensación de calma, serenidad y paz que sentían algunas personas y el desasosiego y angustia que transmitía a otras. Esta contradicción de opiniones me encanta puesto que refuerza la intención con la que pinté este cuadro: la idea de que el futuro es sinónimo de incertidumbre.

En esta obra no hay ni una pincelada casual, todo tiene su significado y su razón de ser. Aquí he compartido los rasgos más importantes de lo que he querido transmitir con ella, aunque no he contado todo ya que creo que es mucho más interesante que cada uno lo haga suyo y lo interprete según sus vivencias.

El ser conscientes de nosotros mismos y del inevitable final de nuestra existencia es una preocupación del ser humano desde que descubrió su propia consciencia. Una inquietud compartida por todos los miembros de nuestra especie que tan bien se resume la locución latina «Tempus fugit», que resume mejor que nada la idea que he necesitado plasmar en un escurridizo lienzo en blanco.

Autorreflejo

«En ocasiones sentimos que  nuestra vida no es la que hubiésemos querido. Los sueños y las ilusiones se disipan a lo largo del tiempo ahogados por la rutina.  A veces, siento que soy un reflejo de la persona que podía haber sido.
Pero ya no. No quiero seguir siendo un reflejo, quiero recuperar las cosas que me fascinaban y que olvidé, aquellas que me hacen sentir viva.
Y para conseguirlo lo primero es romper ese reflejo».

«Autorreflejo», óleo sobre lienzo, 2022 (120 x 100 cm).

Siempre me han fascinado los reflejos, no las imágenes que nos devuelve un espejo, sino la que nos devuelve un cristal. Sobre él, la figura se desdibuja, se distorsiona, se divide por efecto del propio cristal. Esa distorsión se potencia al mezclarse el reflejo con aquello que está al otro lado.

Caminando por la ciudad mi imagen me asalta en cada cristal y me llama la atención sus guiños que van más allá de mi propio aspecto. Son flashes a los que no les presto mucha atención ya que siempre caminamos hacia algún sitio, ocupados en mil cosas.

Pero cuando salgo de la ciudad, el tiempo se ralentiza. Visitando otros lugares camino sin prisa y cuando mis pasos se cruzan con un cristal, sí que me detengo en esa imagen distorsionada de mí misma. Me sitúo delante de ella y la observo con la impresión de estar viendo a otra persona, alguien que me recuerda vagamente a quien soy. Esa sensación me llama mucho la atención y me parece una metáfora muy adecuada para lo que yo quería representar. A veces es muy complejo describir un sentimiento con palabras, por ello los pintores nos valemos de las imágenes que creamos para expresarnos.

Mi cámara de fotos suele acompañarme en mis excursiones y me encanta detenerme a fotografiar esos reflejos, sobre todo me gustan aquellos en los que la luz del sol me ilumina directamente mientras que el cristal está en sombra. Bajo esa circunstancia los contrastes aumentan y la luz se difumina potenciando ese efecto de distorsión. Una de estas fotografías fue la que utilicé para crear esta obra. La escogí porque tenía elementos que me ayudaban a describir la idea, elementos como la postura, algo forzada al sostener la cámara o las gafas de sol que ocultan la parte más expresiva de un rostro.

Fotografía original.

En principio la idea era pintar sólo ese reflejo pero, cuando lo acabé empecé a reflexionar sobre él. Delante de mi propio cuadro me di cuenta que ese reflejo representaba a una persona que yo ya no quería seguir siendo. Ya no sería un reflejo nunca más, así que lo mejor era romperlo.

«Autorreflejo» antes de «romper» el cristal.

Y fue una gran idea ya que cambió totalmente la concepción del cuadro. De hecho, fue la parte que más disfruté pintando. Me encantó «rasgar» ese cristal, deslizar el pincel como si fuese una punta de diamante, quebrando para siempre la imagen de quien parezco ser para volver a ser la persona que siempre he querido ser. Aquélla que persigue sus sueños y vive cada instante disfrutándolo como si fuera el último.

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El lienzo de piedra, Elsa Zorn, 2021

¿Por qué pintamos? ¿Cuál es el impulso que lleva a un pintor a la necesidad de crear una obra concreta? ¿Es el deseo de contar una historia,  expresar un sentimiento o capturar la belleza de un instante?

El cuestionarnos el porqué de nuestras acciones, de nuestros sentimientos o el afán por  comprender el sentido de nuestra propia existencia es algo innato al ser humano, al Homo Sapiens, que lleva caminando en este planeta desde hace 300.000 años.

Todos nos hacemos multitud de preguntas y, para artistas como Elsa Zorn (Madrid, 1966),   intentar comprender cuál es el motivo que nos lleva a esa necesidad de crear, es una cuestión  vital y el germen de la obra sobre la que escribo hoy.

«El lienzo de piedra» óleo sobre tabla, 2021 (100 x 150 cm)

“Hace algunos años  quise realizar un cuadro sobre el momento en el que te pones a pintar. Cuando pintas estás aislada, en tu propio mundo, te olvidas de todo concentrada en el proceso creativo  y  esa abstracción, que es inherente a la naturaleza humana, me llama mucho la atención».

La pintora realizó algunos bocetos para desarrollar esa idea. Lo primero que pensó fue un autorretrato pintando en su estudio, pero enseguida lo desechó. También trató de elaborar la misma idea dibujando a otra persona,  aunque tampoco le gustó esa opción. A pesar de ello, la idea original permaneció en su mente esperando el momento adecuado para poder ser expresada.

El proceso creativo es un acto personal, íntimo. El desarrollar una idea requiere tiempo de silencio, de introspección, de emplear muchas horas planificando una obra, definiendo la historia que se quiere contar, estudiando la composición o buscando la luz. La obra va tomando forma en la mente, pero también el propio hecho de pintar requiere de ese aislamiento. En ocasiones, mientras pintamos escuchamos música, a veces pequeñas historias o incluso algún audiolibro. Durante  una sesión de trabajo Elsa Zorn estaba escuchando  la novela  “El clan del oso cavernario”, primer libro de la saga “Los hijos de la tierra” (Jean M. Auel).  Esta historia  está ambientada en el Paleolítico y su protagonista es una mujer que, perdiendo a su clan por un terremoto, debe adaptarse a un clan diferente para poder sobrevivir. 

En el  instante en el que  Elsa escuchaba esa historia, se dio cuenta de que esa mujer prehistórica le daba la oportunidad de desarrollar su idea de representar el momento íntimo del acto de la creación de una obra.

«El lienzo de piedra» (detalle)

El arte realista no solo nos permite representar lo que vemos, también nos permite visualizar mundos que no existen, bien sea porque sean ficticios o porque se refieren a épocas pasadas de la que no disponemos de imágenes reales. Sin embargo, esa imagen tiene que ser creíble para que atrape al espectador. Por este motivo el trabajo de documentación, a la hora de planificar una obra, tiene que ser riguroso. Existen numerosas referencias de la época prehistórica obtenidas mediante los estudios arqueológicos y desarrolladas a través de dibujos, infografías y descripciones.

No es mi intención que el cuadro sea una representación fiel de un momento histórico, sino un retrato íntimo de esa mujer ”.

También películas y documentales ambientados en esta época provocan que tengamos muy interiorizado, en la memoria colectiva, como eran nuestros ancestros y el tipo de sociedad y actividades que realizaban. Quizás por ese motivo, en este cuadro, llama la atención que sea una mujer la que está pintando en la cueva, ya que no se la suele representar realizando esa actividad.

“La mayoría de las representaciones de Homo Sapiens dibujando en una cueva son de hombres, mientras que ellas suelen estar al lado del fuego cuidando de la descendencia. Esta imagen algo estereotipada de la convivencia está tan integrada en nuestra retina que incluso representar a una mujer pintando puede ser una reivindicación feminista más o menos sutil.

Para dar vida a su idea, la pintora necesitaba a una modelo con unas características muy concretas. Debía ser una mujer delgada y enjuta, en la que se combinase la belleza con unos rasgos duros. Y por suerte esa persona era Lourdes, una modelo que trabajaba posando en el Círculo de Bellas Artes en Madrid, y que aceptó encantada la propuesta.

Otro aspecto importante era  recrear el ambiente que se respira en una cueva para poder desarrollar la composición y estudiar la luz. Desplazarse a una cueva real resultaba bastante complejo así que la pintora ‘construyó’ su propio set de rodaje. Esbozó las paredes de la cueva utilizando una estructura de cartón forrada con papel y colocó a la modelo ataviada con pieles y otros adornos.  Completó la escena decorando la cueva con diversos objetos depositados en el suelo, tales como cuencos o huesos que fue encontrando por el monte. Las luminarias que empleó para alumbrar la cueva son réplicas de aquellas que se utilizaban en la época y que se pueden ver en diversos museos.

El modo de trabajo de la autora consiste en realizar un dibujo previo de la imagen sobre el lienzo. Después  aplica una capa de pintura monocromo (grisalla) en donde define luces, sombras y volúmenes. Posteriormente aplica el color empleando múltiples veladuras.

Primeras capas de la elaboración del cuadro

Esta obra ha sido seleccionada en el prestigioso certamen de retrato Modportrait 2021, organizado por la galería Artelibre en Zaragoza y el Museo Europeo de Arte Moderno (MEAM) en Barcelona). Actualmente puede contemplarse en Zaragoza hasta el 18 de junio de 2022 y después viajará a Barcelona donde se expondrá desde el 1 de julio al 18 de septiembre de este mismo año. Una oportunidad de disfrutar una obra que ahonda en el origen de nuestra fascinación por crear algo que nos permita expresar nuestro mundo interior.

“El arte es lo que nos diferencia de los animales. La mujer ancestro de todos nosotros, en la intimidad de su cueva, con escasa luz, en un acto íntimo y sencillo pero de una magnitud trascendente a la vez, me hace preguntarme una y otra vez ¿qué nos hace querer pintar? Que misterio más grande y más personal es el de la creación».

Mi agradecimiento a Elsa Zorn por aceptar participar en este blog, disfruté mucho de esta entrevista hablándome de su lienzo de piedra.

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«La pérdida de la palabra escrita»

Una biblioteca antigua creada en un pequeño atrio, similar a los claustros de los monasterios, con el objetivo de concentrar y guardar el saber humano. Un lugar atemporal que cobija el conocimiento atesorado a través de los siglos. Los libros representan un medio para difundir nuevos descubrimientos, historias y pensamientos. Son capaces de transmitir ideas a través de la palabra escrita para que no se pierda en el olvido.

Pero todo es efímero, la fragilidad que es innata al ser humano, también lo es a su obra.

¨La pérdida de la palabra escrita», óleo sobre lienzo, 2021 (116 x 81 cm)

Me llama poderosamente la atención las creaciones del ser humano que se destruyen por el paso del tiempo, ya sea un edificio abandonado, una vía de tren muerta o un libro roto. Todo tiene un final. Pero ese final no siempre es agónico porque las ruinas muestran una extraña belleza.

Es una sensación contradictoria entre una profunda admiración por esa belleza y una gran tristeza por su destrucción.

La pérdida de la palabra escrita es un concepto que, en este momento histórico, puede parecer imposible debido al exceso de información que existe gracias a los almacenamientos digitales. Parece que no se pueden perder los conocimientos. Pero hemos perdido algo más importante como es el apreciar, en la textura del papel, todos los esfuerzos que ha hecho el hombre para transmitir el conocimiento, desde aquellos primeros escribas que, con su puño y letra, copiaban los libros para que no se perdieran. Me imagino caminando dentro de mi propio cuadro, cruzando el atrio para alcanzar los libros que se derrumban en las estanterías del fondo, mientras imagino a los antiguos escribas acariciando la cubierta de un libro mientras lo depositaban en su lugar.

El conocimiento jamás debería perderse.

Pintar esta obra ha sido un proceso complejo puesto que tal lugar no existe, aunque si que es real el lugar que me inspiró esta idea, las ruinas del monasterio Bon Xesús de Trandeiras, en la provincia de Ourense. Un lugar mágico, envuelto en silencio, cuyo claustro semiderruido es una ventana al pasado. Basándome en una imagen de este cenobio, compuse la idea teniendo en cuenta muchos de los lugares abandonados que he visitado para empaparme del ambiente que se respira en ellos. Me fascina contemplar cómo la vegetación acaricia la piedra o, en otras ocasiones, la ahoga.

Esta obra ha ido cambiando con el tiempo. En un principio los tonos marrones y la oscuridad dominaban la estancia reflejando la tristeza y la angustia del abandono. Unos años después de haberlo terminado, su contemplación me resultaba extraña, como que algo no encajase y llegué a la conclusión de que necesitaba luz. Así que volví a trabajar en él «retirando» las nubes que ocultaban el sol para que su luz iluminase el centro del claustro, alejando las sombras. También cambié a tonalidad de marrón a grisácea en toda la obra a excepción de la estantería al fondo del claustro, cuyos tonos dorados reflejan la belleza, la importancia y la luz simbólica del conocimiento resguardado en los libros.

Versión definitiva de 2021
Versión 2017
Versión 2017

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«Suevia»

 

Hay algo mágico en un viaje en tren. Las antiguas vías conectaban diferentes lugares y el transcurso del trayecto no era solo un viaje real, también era un viaje de la propia imaginación mientras observábamos un mundo a través de la ventana.

El abandono de una vía es la muerte de muchas historias, de muchos viajes que no se podrán realizar como antaño.

Sin embargo, caminar por esos senderos de hierro, ahora sin vida, provocan un nuevo viaje, una sensación extraña de nostalgia y, a su vez, una oportunidad única de recorrer con lentitud los antiguos caminos que el tren, en su imparable recorrido, impedía contemplar con calma los parajes donde se asientan sus pasos.

 

«Suevia», óleo sobre lienzo, 100 x 100 cm

 

La pintura ilustra el instante en el que se inicia ese viaje, un momento en el que ella gira el rostro para contemplar lo que deja atrás, dispuesta a recorrer un sendero que parece no tener un final.

 

«Suevia» (detalle)

 

«Suevia» es el nombre real de la modelo que aparece en la obra, cuyos ojos siempre me llamaron la atención desde que la conocí de niña. 

Esta obra está incluida en la edición especial del catálogo Modportrait 2020, editado por la Galería Artelibre.

 

«El día en el que el silencio reinó en el Congreso», Manuel Castillero, 2015.

 

El ambiente que se respira caminando entre unas ruinas provoca una sensación extraña. Se mezcla el silencio, el misterio, la belleza, la soledad y una peculiar sensación de frío. Las primeras ruinas que visité pertenecían a una fábrica abandonada, era invierno y estaban rodeadas por la niebla, creando una atmósfera que transformaba los contornos en algo irreal. Era como estar inmersa en un sueño en el que el tiempo se había detenido. Aquella luz que envolvía a ese lugar, me produjo una sensación muy especial que me ha acompañado desde entonces. A pesar de ello, y de los numerosos lugares abandonados que he visitado, nunca he vuelto a sentir esa sensación… hasta que un día mis ojos se posaron en este cuadro.

 

“El día en el que el silencio reinó en el Congreso”, técnica mixta sobre tabla, 2015 (160 x 140 cm)

 

Esta obra describe el abandono del Parlamento, símbolo del poder político de una sociedad. El paso del tiempo transcurrido desde entonces ha permitido a la Naturaleza reconquistar el espacio que antaño le pertenecía. Según palabras de su autor:

“Miramos al pasado a través de los vestigios, de las ruinas, que no son nada más que ecos de sociedades que un día desaparecieron. Todo es finito, nada es perdurable”.

 

Los motivos para la creación de una obra de arte son múltiples. En muchas ocasiones se pinta,  se esculpe o se compone por el simple disfrute del artista, cuyo único objetivo es mostrar la belleza de cuanto nos rodea. Otras veces el arte surge de la necesidad de contar una historia. Sin embargo, el motivo más importante es que proporciona una forma de expresión, un medio que nos permite exteriorizar un sentimiento, una idea o una emoción, que sería muy complicado transmitir con palabras. Y este es precisamente el motivo por el que esta obra existe, la necesidad de su autor, Manuel Castillero (Córdoba, 1976), de poder expresarse.

“Esta obra no la realicé como una crítica o denuncia social, surgió de una forma mucho más instintiva. Yo pinto para satisfacer la necesidad de expresarme. En aquel momento vivíamos un ambiente de crispación política y se me ocurrió la idea del congreso, ya que es algo muy representativo, y quise mostrarlo cuando nuestra sociedad hubiese colapsado y, después de un tiempo, ver cómo la Naturaleza recupera ese lugar de poder y decisión”.

 

Para realizar esta obra el autor se inspiró en toda una estética que fue absorbiendo a través de los años. Fascinado por el mundo de la Ciencia Ficción, a Castillero le interesaban películas como «Mad Max» (1979) o «Blade Runner» (1982), libros como “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago (1995) o “La carretera” de Cormac McCarthy (2003) e incluso el videojuego “The last of us” (2013). Todas estas obras tienen en común la descripción de la supervivencia en un mundo distópico y angustioso.

A este universo ficticio se une la influencia que la estética de pintores como Caspar David Friedrich (1774-1840) o William Turner (1775-1851) han tenido sobre el trabajo de Castillero.

El ambiente de esta obra es sobrecogedor, conseguido con un magnífico tratamiento de la luz. Una luz muy compleja de representar al carecer de referencias directas.

“Para realizar una obra como esta hay que observar mucho, porque no tienes ninguna referencia visual, salvo el Congreso de los Diputados, en Madrid, tal y como lo ves en las fotografías. El cuadro surgió poco a poco , de la memoria visual que yo tenía de la contemplación de elementos reales como pudiera ser, por ejemplo, la luz que entra por el óculo en el panteón de Roma, o la luz de las catedrales. Son referencias visuales que tu tienes en la memoria e intentas aplicar, ya que no tienes ninguna referencia de la luz real.”

 

Fase del proceso creativo

 

Fase del proceso creativo

 

Otro elemento que contribuyó a crear esa atmósfera lo encontramos en la sinfonía nº 6 de Vaughan Williams (1872-1958). La partitura fue escrita en plena Segunda Guerra Mundial y se ha interpretado como una descripción de la guerra y de la detonación de la bomba atómica. El crítico musical Pérez de Arteaga, escribió una reseña sobre esta composición en la que señalaba que el último movimiento describía una luz «blanca, fría, que iluminaba de forma mortuoria los elementos estáticos». Esa descripción impresionó al artista y la tuvo muy en cuenta mientras pintaba este cuadro, a la vez que escuchaba en su estudio la sinfonía.

Esta pintura obtuvo el primer premio en el certamen internacional «Figurativas 2015», que otorga la “Fundació de les arts i els artistes” y forma parte de la colección del Museo Europeo de Arte Moderno (MEAM), en Barcelona. Este certamen es uno de los más importantes que se celebran en torno al realismo contemporáneo a nivel mundial.

A raíz de esta obra, Manuel Castillero elaboró una serie de pinturas en las que describe el desmoronamiento de los pilares de nuestra sociedad contemporánea. La decadencia del poder político, económico, cultural y religioso, que englobó bajo el título de “Espacios reclamados”.

La caída del poder económico a través del abandono de la bolsa de Madrid.

«El sueño eterno del Leviathan»

 

El fin del poder religioso a través de la destrucción del Vaticano.

«In excelsis natura II»

 

El desplome del poder político a través del silencio del Congreso de los Diputados.

«El día en el que el silencio reinó en el Congreso»

«El guardián eterno»

 

La desolación a través de la destrucción de la cultura representada por el Palau de la Música de Barcelona.

«Turangalila»

 

Todas estas obras forman ya parte de ese universo de ciencia ficción que tanto ha influenciado a Castillero, tan importante como para dedicar gran parte de su creación a poder expresar y advertir de lo que podría llegar a suceder.

“La ciencia ficción pone al hombre ante el espejo del hombre. Tiene la capacidad de hacernos reflexionar sobre lo que somos y a dónde nos encaminamos. Podría entenderse como la predicción de un oráculo. Las distopías nos sirven de advertencia”.

 

Una advertencia expresada a través de sus cuadros, que nos muestra un mundo extraño y aterrador en el que reina la soledad y el silencio. Nos muestra un futuro que, aunque ficticio, podría llegar a convertirse en un presente muy real si nos descuidamos.

Todas las fotografías de este artículo están cedidas por Manuel Castillero, a quien agradezco de corazón su participación en este proyecto, su excelente disposición y por la interesantísima conversación que mantuvimos. Ha sido un auténtico lujo conocer de primera mano los motivos que le inspiraron para realizar estas magníficas obras.

https://www.facebook.com/manuel.castilleroramirez

 

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Iván Aivazovsky: “El mar es mi vida”

 

Una de las características más bellas del mar es que nunca es igual. Es una misteriosa, vasta y solitaria masa de agua que cambia con cada luz, con cada viento. Podemos contemplarlo con un color azul intenso en un día de verano o de un gris difuminado en un día de lluvia. En ocasiones refleja la luz de la luna de forma tan suave que la superficie parece de plata. De igual forma el reflejo del sol al atardecer sobre sus aguas las transforma en oro. Desde la costa lo percibimos siempre diferente pero en alta mar es aún más cambiante.

«Venecia de noche»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

«Laguna de Venecia por la noche»

Iván Aivazovsky siempre estuvo enamorado del mar. Sus pinturas nos mostraron el océano en todas sus variantes posibles. Desde un mar en calma frente a la costa, hasta un mar embravecido en mitad de una tormenta. Desde la serenidad de una playa por la noche a la desesperación de una batalla en alta mar.

«Vista de Constantinopla», 1846

«Contrabandistas», 1884

Aivazovsky nació en Feodosia (Crimea, 1817) pero era de origen armenio y procedía de una familia muy humilde. Fue un artista que subió a lo más alto en el mundo del arte. Fue reconocido como uno de los más grandes artistas de su tiempo y recorrió medio mundo mostrando su obra y recibiendo los más altos honores y reconocimientos. Como ejemplo fue el único representarse del arte ruso que, en su tiempo, participó en la Exposición Internacional organizada en el Louvre, siendo el primer artista extranjero en convertirse en un Caballero de la Legión de Honor. Asimismo, una de sus obras fue adquirida por el papa Gregorio XVI para formar parte de la colección permanente del Vaticano.  A pesar de ello nunca olvidó sus orígenes y utilizó parte de su fortuna en obras sociales a favor del pueblo armenio, su pueblo.

Poco conocido es el hecho de que no tenía interés especial en mostrar su obra, pero sabía que era muy cotizada y él necesitaba grandes cantidades de dinero para realizar sus  labores sociales, tales como construir escuelas, edificar iglesias, fundar una escuela de arte o colaborar en el desarrollo del ferrocarril.

Nació al lado del mar y toda su vida estuvo vinculado a el. En la época de Aivazovsky la Armada Rusa era muy poderosa. El pintor acompañó al ejército en numerosas maniobras navales durante gran parte de su vida.  En estas experiencias pudo contemplar el mar en unas circunstancias poco habituales. Fue testigo de entrenamientos para batallas pero también de enfrentamientos reales como la Guerra de Crimea (1853-1856) donde pintó escenas de batalla en la sitiada fortaleza de Sebastopol. En 1844 fue nombrado el artista oficial de la Armada Rusa para pintar paisajes marinos, escenas costeras y batallas navales.

«Batalla de Chesmensky», 1848

«La batalla de Navarion», 1846

Su forma de trabajo consistía en pintar sus cuadros directamente en el lienzo sin ningún boceto previo. Aplicaba sucesivas veladuras consiguiendo una gran transparencia en el agua y en el cielo. La memoria de Aivazovsky era prodigiosa ya que nunca realizó sus cuadros contemplando el mar. Rogachevsky escribió: «su memoria artística era legendaria, fue capaz de reproducir lo que había visto solo por muy poco tiempo, sin siquiera dibujar bocetos preliminares”.

Entre toda su extensa obra (6.000 pinturas catalogadas), llama la atención los numerosos cuadros en los que describe las vicisitudes de náufragos. Quizás se deba al hecho de que él mismo tuvo una experiencia como tal y le preocupaba sobremanera la suerte que corrían aquellos que se perdían en el mar, así como le gustaba representar una esperanza a través de luces que se abren entre las nubes. Una de estas obras, “La novena ola”, está considerada como el cuadro más bonito de Rusia.

«La novena ola», 1850

 

moonlit_seascape_with_shipwreck-1863

«Paisaje marino nocturno con naufragio», 1863

«Vista del mar a la luz de la luna», 1875

No sólo fue un gran artista, fue un hombre excepcional que demostró su amor por su tierra, por su gente y por su mar. Un hombre que se mantuvo fiel a si mismo durante toda su vida, a su forma de pintar y a su forma de expresarse con la pintura. En una etapa de su vida fue criticado por no querer evolucionar a las corrientes artísticas nuevas de su época que abandonaban el concepto del Romanticismo por el Realismo.

Iván Aivazovsky pintaba lo que amaba, lo que sentía, las experiencias que vivía.

Reflejó su alma en el mar que pintaba.

 

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Bibliografía:

Kendall Miccoli, «Aivazovsky: Paintings» (2015)

Esperanza Guillén, «Naufragios: imágenes románticas de la desesperación»  (2004)

Enlaces de interés:

Catálogo donde se pueden contemplar 700 obras:

http://www.art-catalog.ru/gallery.php?id_psort=2&id_pview=2&count_pic=-1&id_artist=10

Biografía escrita por Shaen Hachatryan:

http://www.tanais.info/art/en/aivazovskyab.html

Proyecto interactivo realizado con el motivo del segundo centenario de su nacimiento:

https://www.behance.net/gallery/48366003/Ivan-Aivazovsky-Anniversary-concept

István Sándorfi: Cuando la fuente de inspiración es uno mismo

“Si bien es cierto que un artista y su obra son evidentemente indisociables, sería un error pensar que István era el reflejo de sus pinturas: perverso, violento, egocéntrico, asocial. Era todo lo que su obra no era.” (Ange Sándorfi)

La pintura, como cualquier otra manifestación artística, es una forma que tiene el artista de expresarse y sacar a la luz su mundo interior. En el caso de István Sándorfi, esa forma de expresión era llevada al límite definiendo y condicionando toda su vida.

De entre todo su magnífico legado, no he sido capaz de escoger una única obra con la que mostrar, como he hecho con otros autores, sus fuentes de inspiración. Su inspiración eran sus propios sentimientos y no puedo limitarme a mostrar una sola obra.

"Les palettes d'oxymel", 1997-1998

«Les palettes d’oxymel», 1997-1998

 

A István no le gustaba que le definiesen como un pintor hiperrealista, en realidad, negaba cualquier encasillamiento de su obra: “No tengo el menor interés por las clasificaciones que intentan meter a los artistas en compartimentos o, mejor, en ataúdes, para enterrarlos en un cementerio de referencias, de forma que la gente tenga la impresión de que así conoce la historia de la pintura. La pintura no es una cuestión de conocimientos, sino de sensibilidad, y eso no se enseña ni se aprende.”

Una característica de sus pinturas es que, en  la práctica totalidad de sus cuadros, aparecen partes de los cuerpos desdibujadas, borradas de forma intencionada o incluso ausentes. Respecto a este tema él afirmaba: “Es una forma de mostrar que pinto el espíritu, no el rostro.  El rostro es solo una herramienta a través de la cual puedo expresarme. Yo siempre expreso lo mismo: a mí mismo. El tema es  un pretexto, una excusa. El espíritu y los sentimientos no pueden pintarse o expresarse. Son conceptos abstractos. Necesito un vehículo que pueda utilizar para mostrar mi espíritu. La deformación se  utiliza normalmente cuando no eres capaz de expresarte completamente a través del realismo, ese es el motivo de la distorsión”.

"Scène d'intèrieur- Le pardon", 1987

«Scène d’intèrieur- Le pardon», 1987

 

Cuando en una entrevista le preguntaron cómo surgía una idea en su mente para plasmarla en el lienzo,  István respondió: “No hay ideas, no me gusta la palabra ‘idea’, después de todo, siempre pinto lo mismo”.

En su primera etapa, y durante quince años, István representó exclusivamente su propia imagen. Distintas posiciones y expresiones muy forzadas, su cuerpo fragmentado, obras muy agresivas e inquietantes. Solo se pintaba a sí mismo, él era su único modelo, acción que llevó a que le clasificaran  como un autor narcisista y sadomasoquista. Una calificación que le hirió profundamente porque su intención no era recrearse en su propio cuerpo, él pretendía expresar sus sentimientos, sus emociones, sus sentimientos. “Pinto el espíritu, mi propio espíritu”.

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«Sweet home», 1985

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“Mi cuerpo era una herramienta para expresar una individualidad, no a mí mismo sino a la individualidad de cada ser. Fue un malentendido muy doloroso. Después de eso solo he pintado a mujeres. No pinto mujeres porque me parezcan bellas, aunque sí me lo parecen, sólo utilizo modelos femeninos para no crear pinturas crueles porque conducen, o al menos pueden conducir, a malentendidos”.

Aunque no le gustaban los tópicos lo cierto es que incansablemente repetía ciertos temas e iconos en su obra. Pero él transformaba estos elementos otorgándoles un nuevo significado. Por ejemplo, si pintaba unas gafas, cubría los cristales con una capa de pintura opaca con lo que las gafas tradicionales perdían su función convirtiéndose en una metáfora.

 

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«Le silence d’Adele»

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«Angelus Nepharene»

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«Madeleine»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Llama la atención elementos comunes en sus cuadros,  además de la representación insistente de su propio cuerpo,  múltiples retratos femeninos cuya característica común es envolver sus cuerpos con una “capa”, como él definía a las telas que utilizaba, para que no reflejase ninguna época concreta, para que fuesen seres atemporales.

Otros elementos característicos de su obra son la representación de  sus “herramientas” para la creación; caballetes, su paleta, pinceles, el reverso de sus lienzos  y, sobre todo,  la pintura material con la cual “mancha” a sus modelos.

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«Alizarine», 1994

 

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«Hommage á Nepharene», 1993

Él fue su propia fuente de inspiración… Si bien todos los artistas expresamos nuestro mundo interior, solemos inspirarnos también en el mundo exterior, en nuestras vivencias, en nuestras impresiones sobre el mundo que nos rodea. Algunos autores vuelven sus ojos hacia la historia,  la religión o la mitología.  Otros  beben de la literatura o de la naturaleza, pero  István solo tenía que encerrarse en su estudio y extraer su inspiración desde su propio yo interior.

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«Pascalange», 1997-2004

 

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Bibliografía:

  • “István Sandorfi, la pintura nunca muere”. Catálogo de la exposición realizada en el Museu Europeu d’ Art Modern (MEAM). Barcelona, septiembre de 2016. Ediciones de la Fundación de las Artes y los Artistas.
  • Entrevista realizada por la galería “Kálmán Makláry Fine Arts” en 2006. https://www.youtube.com/watch?v=xzx4jpAhAcw                                    https://www.youtube.com/watch?v=uF9EVeADKDo

 

 

«Sorrow» (tristeza) de Vincent Van Gogh

¨Painted with words” («Pintado con palabras» 2010, BBC, protagonizado por Benedict Cumberbatch) es un docudrama inglés que narra la vida de Vincent Van Gogh a través de las cartas que le envió a su hermano Theo. No conozco mucho la obra de Van Gogh, reconozco que no está entre mis pintores favoritos, pero en el documental mostraron la imagen de un dibujo que Vincent realizó cuando tenía 29 años: “Sorrow”

Aparece el retrato de una mujer mayor en una posición de absoluto abandono, desesperación y cansancio.

El hecho de que se tratase de un desnudo de una anciana me sorprendió porque pocos artistas muestran la “decadencia”, se suelen retratar cuerpos jóvenes plenos de vida y belleza..

Sorrow

«Sorrow»

En realidad la modelo no era una anciana, contaba solo con 32 años, pero su demacrado cuerpo indicaba las penurias que sufrió en su vida. Su nombre era Clasina Hoornik, llamada Sien. Era una prostituta que Vincent encontró sola, abandonada, embarazada y desesperada. Una mujer a la que acogió, cuido y de la que se enamoró. Vivió con ella y con sus dos hijos unos 20 meses. La retrató en numerosas ocasiones.

Van Gogh realizó varias versiones de este dibujo, en la actualidad se conservan dos. Estaba muy orgulloso de él, como puede comprobarse en la carta que escribió a su hermano el 10 de abril de 1882:

“Querido Theo,

Hoy te he enviado un dibujo con el que quiero  mostrarte mi gratitud por todo lo que has hecho por mí durante lo que de otro modo habría sido un invierno duro. El verano pasado, cuando me enseñaste la xilografía de Millet «La Pastora», pensé: ¡Cuánto se puede hacer con una sola línea!. Por supuesto, no pretendo ser capaz de expresar tanto como Millet con un único contorno. Pero he tratado de poner un poco de sentimiento en esta figura. Sólo espero que este dibujo te plazca.

Y al mismo tiempo  puedes ver que estoy trabajando duro. Ahora que he empezado, me gustaría hacer una treintena de estudios de desnudos.

En mi opinión, este dibujo es la mejor figura que he dibujado hasta ahora, por eso pensé que debía enviártela. (…). Debes saber que utilicé dos capas de papel e intenté marcar el contorno de forma adecuada. Cuando levanté el papel había quedado muy bien impreso en las hojas inferiores y los acabé inmediatamente siendo muy fiel a la idea original. De hecho este es incluso más fresco que el original. Los otros dos los guardo para mí.”

Dos cosas inspiraron a Van Gogh para este dibujo. En primer lugar la sensación de soledad que le transmitía Sien, como él mismo escribió al pie del dibujo, utilizando una frase de “La Femme” (1860, Jules Michelet): ¿Cómo es posible que haya sobre esta tierra una mujer tan sola y desamparada?

En segundo lugar Vincent se inspiró en un dibujo de Charles Bargue. Dicho dibujo era una lámina que se utilizó en un curso de dibujo al que Van Gogh asistió en 1871. (lámina 24)

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Dibujo de Charles Bargue

Posteriormente Van Gogh dibujó otra versión más elaborada (que no se conserva)  según se puede comprobar en otra carta a Theo escrita el 1 de mayo de 1882.

“He terminado los dos dibujos. El primero de ellos “sorrow”. He utilizado un formato más grande donde  la figura aparece sola, sin nada alrededor. Aunque la posición está algo alterada, el pelo no le cae por la espalda sino por la frente, y parte de él en una trenza. Aquí se ve el hombro, el cuello y la espalda. Y la figura está dibujada con más cuidado.  El otro, ‘Raíces’, son raíces de árboles  que he tratado de imbuir el paisaje con el mismo sentimiento que la figura. Las raíces están fuertemente  enraizadas  en la tierra, y sin embargo están medio rotas por la tormenta. Quería expresar la lucha por  la vida tanto en esa figura blanca, esbelta y femenina, como en esas raíces nudosas de color negro. O más bien porque he intentado, sin filosofar, ser fiel a la naturaleza que tenía delante de mí, algo de esa gran lucha llegó a los dos casi sin darse cuenta…”

Nunca me llamó la atención del trabajo de Van Gogh pero ahora lo veo de otra forma, el leer sobre su vida y su trabajo cambia la perspectiva.

El dibujo de ese cuerpo exhausto me impresionó porque Van Gogh no solo retrató su cuerpo, también consiguió retratar su alma. Eso es lo que convierte a un pintor en un verdadero artista