Cuando me senté a escribir este post no tenía ni idea de por donde empezar. No recordaba que es lo que me impulsó a desarrollar esta idea, a pesar de que es uno de los cuadros más personales que he hecho hasta la fecha. Quizás esta obra sea la consecuencia de una sensación. Una primera sensación seguida, probablemente, de varias más.

El primer instante al que me refiero ocurrió en una de mis salidas al monte. Me encanta explorar los diferentes parajes y bosques que voy encontrando y en uno de estos paseos me tropecé con una vía de tren abandonada. Me fascinó observar esos raíles tan cerca así que subí sobre los travesaños y comencé a recorrerla lentamente. Se extendía por una explanada que atravesaba varios prados, cruzaba un rio y discurría entre pequeñas masas de árboles. Según iba caminando llegó un momento en el que perdí la noción del tiempo. Tuve la sensación de que la vía no se acabaría nunca, podría seguir caminando y caminando porque no había un final. Por supuesto sabía que inevitablemente la vía terminaría pero esa sensación tan engañosa me hizo comparar ese camino con la propia existencia humana. Al igual que la vía del tren, nuestra vida tiene un comienzo y un final aunque no seamos capaces de recordar su inicio ni ver su desenlace. Somos conscientes que nuestra vida se acabará y a pesar de ello vivimos con la sensación de que somos imperecederos y actuamos erróneamente en consecuencia. Por ese motivo muchas veces dejamos transcurrir los días, los meses y los años, sin prestar atención al paisaje que nos rodea, perdiéndonos muchas cosas que, en nuestra ilusión de ser eternos, morimos sin haber vivido, o malgastamos nuestro valioso tiempo en actividades que no nos hacen ni felices ni nos aportan nada valioso, ni a nosotros ni a las personas que comparten nuestro camino.
Y por ese motivo es tan importante en la obra la presencia de la vía de tren, que simboliza la línea del tiempo, entrelazando el pasado, el presente y el futuro.
Otro elemento que he utilizado para describir el transcurso del tiempo es el reloj de arena. Siempre me han encantado esos los relojes. Me parecen una forma preciosa y sencilla de medir el tiempo, así que los he empleado de diferente forma según el momento que señala cada uno. El reloj del pasado concentra toda la arena en la parte inferior, puesto que su tiempo ha concluido. En el presente la arena está discurriendo en este mismo instante. Y del futuro nada se sabe, ni siquiera si existirá, por ello el reloj de este cuadro es diferente en forma y también en la “arena”, la cual está indefinida, dispersa en la parte superior del reloj.
He utilizado para esta obra el formato de tríptico, algo que no había hecho anteriormente pero que resulta muy adecuado para desarrollar esta idea. La intención es que cada una de las partes tenga una identidad propia y pueda verse y entenderse de forma individual, aunque cobre su sentido completo al verse en conjunto.
«Ille fuit«
El transcurso del tiempo diluye los recuerdos. La imágenes que nuestra memoria nos muestra son difusas, como si estuviésemos evocando un sueño. En otras ocasiones los recuerdos son tan nítidos que parece que los estamos sintiendo en el presente. Esa ambigüedad también he querido representarla en esta obra, existiendo un importante contraste entre la nitidez de la vía y la figura, con el fondo muy difuminado. La ausencia de color nos indica un tiempo que ya no existe.

Para pintar el pasado utilicé una antigua fotografía en blanco y negro de cuando yo era niña. Curiosamente recuerdo el instante en el que mis padres la tomaron ya que yo estaba absorta caminando por un prado observando las flores silvestres y me sobresalté cuando ellos me dijeron que estuviese quieta para sacar la foto. La verdad es que ni me hubiese enterado de que tomaban la fotografía. Precisamente por los pocos recuerdos que conservo de mi infancia, tengo mucho cariño a esa imagen y por eso me apeteció mucho emplearla como base para este cuadro.
«Ille est»
Nuestra vida es aquí y ahora, es lo más importante porque es lo real, lo que experimentamos en el momento actual. El cuadro del presente quiere representar la Vida y lo hace a través del color, del movimiento, de las montañas y la vegetación, de la acción, pero también de la conciencia. Ella nos mira con intensidad, con alerta, su mirada nos advierte que el tiempo se escapa entre los dedos y que hay que aprovecharlo, hay que vivirlo. Esa idea es tan importante que he querido recalcarla colocando un segundo reloj de arena en el fondo
El libro abierto nos indica que está escribiendo su historia en ese instante.

«Ille erit»
Aunque técnicamente es la parte más sencilla del tríptico, fue la que más me costó pintar. No tenía muy claro como representar el futuro, lo que si tenía muy claro es que quería transmitir una sensación de indeterminación, incertidumbre e irrealidad. El futuro es un misterio y nada sabemos de él, por ese motivo he querido que la figura esté simplemente esbozada, sin color, sin realizar ningún movimiento salvo abrazar el libro que representa su historia.

Pedí a varias personas cercanas a mi su opinión respecto al tríptico y me sorprendió, sobre todo, las sensaciones tan dispares que provocaban el cuadro del futuro. Sus impresiones oscilaban entre la sensación de calma, serenidad y paz que sentían algunas personas y el desasosiego y angustia que transmitía a otras. Esta contradicción de opiniones me encanta puesto que refuerza la intención con la que pinté este cuadro: la idea de que el futuro es sinónimo de incertidumbre.
En esta obra no hay ni una pincelada casual, todo tiene su significado y su razón de ser. Aquí he compartido los rasgos más importantes de lo que he querido transmitir con ella, aunque no he contado todo ya que creo que es mucho más interesante que cada uno lo haga suyo y lo interprete según sus vivencias.
El ser conscientes de nosotros mismos y del inevitable final de nuestra existencia es una preocupación del ser humano desde que descubrió su propia consciencia. Una inquietud compartida por todos los miembros de nuestra especie que tan bien se resume la locución latina «Tempus fugit», que resume mejor que nada la idea que he necesitado plasmar en un escurridizo lienzo en blanco.