Recuerdo perfectamente la primera vez que caminé por una vía abandonada. Fue un descubrimiento casual que me dejó una sensación que ha permanecido en mi memoria a través de los años. En ella se mezcla la admiración por la belleza de ese paisaje, la tristeza por el abandono pero, sobre todo, la impresión de poder caminar por ella con la ilusión de no tener final. Podía recorrer ese sendero de forma indefinida. La vía, en mi imaginación, no acababa.
Obviamente ese pequeño viaje acabó pero no ese sentimiento de un viaje infinito que me ha acompañado desde entonces y me acompañará hasta el fin de mis días. Cada vez que me encuentro con una vía muerta, revivo esa sensación.

«El viaje», óleo sobre lienzo, 2017 (116 x 73 cm)
Una de las cosas que más me gustan a la hora de planificar un cuadro, es ir a buscar los emplazamientos o los elementos con los que componer la obra. Para esta pintura visité con frecuencia una vía de tren abandonada, localizada en la provincia de Pontevedra, en concreto en un lugar llamado Chapela. Actualmente los travesaños de la vía han sido retirados para construir una senda verde. Para mi es una lástima que haya desaparecido ya que el lugar contaba con un encanto especial, donde aún se podía imaginar el sonido del tren y a los pasajeros asomándose para contemplar la preciosa ría, ya que discurría muy cerca del mar. Por fortuna llegué a tiempo de fotografiarla.
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