
El transcurrir del tiempo provoca cambios en todo aquello que nos rodea. La maleza crece, la lluvia y el viento erosiona la piedra, la vida evoluciona, se desarrolla y perece. El tiempo nos alcanza a todos, nos transforma y nos convierte en “ruinas”. Una parte de nosotros permanece anclada a los rincones en los que vivimos, en donde sentimos, en los lugares que nos vieron crecer.
Esta obra es una metáfora de ese transcurrir del tiempo. Los estragos visibles e invisibles de ese devenir se muestran aquí con la transformación del cuerpo en piedra, tornando la suavidad de la piel en la aspereza de la piedra. Aunque hay muchas formas de enfrentarse a las consecuencias del devenir del tiempo, la postura de la figura, su semblante tranquilo, refleja aceptación al ser consciente de la natural transformación que a todos los seres vivos nos llegará.
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Una metáfora preciosa para abordar un tema tan humano como es el fin de la existencia, algo inevitable pero tan natural como la vida misma. Una imagen muy sosegada y por ello bella.